Santa María, Madre de Dios
La costumbre establecida por la ley mosaica era que todo varón, a los ocho días de nacido, debía ser circuncidado. Esa era la señal de pertenencia al pueblo de Israel. Legalmente, pasaba a formar parte del pueblo de Dios y se le imponía el nombre. Entre en nacimiento de Jesús y su circuncisión ocurrieron una serie de eventos que llenaron de alegría, estupor… una serie de emociones mezcladas a la Virgen. Eso no fue obstáculo para que María dejara de vivir su vida de oración. De hecho, el Evangelio que hemos escuchado dice de Ella que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Eso se llama discernimiento. El Santo Padre Francisco nos ha recordado recientemente que el discernimiento es necesario para la vida cristiana ( Gaudete et exsultate nn. 166 – 175). Todo lo que ocurre en nuestra vida, lo bueno y lo malo, las alegrías y las tristezas, las esperanzas y las desilusiones, ha de ser puesto ante la Palabra y la Voluntad de Di