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Para comprender mejor el pasaje del Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy, es importante que reparemos en algunos detalles.

Los escribas eran unos personajes que tenían como oficio el estudio de la ley. Serían, más o menos, como los abogados de hoy. En los tiempos en que vivió el Señor en Israel había distintos pareceres sobre los mandamientos que aparecen en el Antiguo Testamento. Eran 248 mandamientos y 365 prohibiciones (entre ellos se encontraban los Diez Mandamientos). Algunos pensaban que todos eran importantes, otros decían que algunos eran más importantes que otros. El resultado final es que se daban discusiones entre los diferentes maestros de la ley.

No era raro, pues, que un escriba se acercara a Jesús, que tenía fama de Maestro, a preguntarle su opinión sobre cuál de los mandamientos es el más importante. La respuesta de Jesús es sencilla y demoledora: Le recuerda una oración que los israelitas rezaban con frecuencia: el Shemá Israel: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria” (Deut 6, 4–6).

El escriba parece ser un hombre sensato y le da la razón al Señor. Inclusive, en su respuesta cita otros pasajes de la Sagrada Escritura.

El mundo actual tiene muy mala cabeza y caen en discusiones estériles. Esas discusiones (consecuencias de lo que el Papa Benedicto XVI llamaba “dictadura del relativismo”) son una estrategia para diluir la Voluntad explícita de Dios. De hecho, más de una vez no habremos visto envueltos en la ya clásica discusión: ¿qué es más importante…? Cuando tienen que ver con el Señor Jesús, con la práctica de la fe o con la Santa Madre Iglesia, prácticamente todo es más importante: cuidar los niños, salir a pasear, ir a una fiesta, descansar, ver una película, etc. Y es una señal de que el mundo ha perdido el norte.

Nada hay más importante que nuestro Señor. Y hoy el Señor lo enfatiza: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser."

Hoy mismo le preguntaríamos a cualquier cristiano católico cuál es el pecado más grande y feo, encontraríamos una diversidad de respuestas: el aborto, el homicidio, la pederastia… Difícilmente encontraremos un cristiano católico que nos diga que el pecado más grande y feo es no amar al Señor sobre todas las cosas. Por eso, aunque les cueste hoy entender a los católicos, el olvido de Dios es el pecado más grande. No orar, no santificar los domingos y fiestas con la participación en la Santa Misa, no ayudar al prójimo… eso se convierte en el pecado más feo.

Todos los católicos debemos volver a los fundamental: nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.

Que Dios te bendiga.


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