El matrimonio no es una cuestión de opinión
Una
de las críticas que los políticos y los opinadores de oficio han hecho a la
Iglesia Católica en los últimos años es su oposición al divorcio. Opinan y exigen
estos políticos que la Iglesia debería adecuarse a los tiempos y cambiar de
posición. Olvidan estos políticos ignorantes que la Iglesia no debe su acción a
las opiniones de los hombres, sino a la fidelidad a la palabra de Jesucristo.
En
el Evangelio de hoy hemos escuchado lo que ha sido la Voluntad de Dios desde el
inicio: “desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos
una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que
Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Sin
duda alguna, la institución matrimonial hoy sufre fieros ataques y desde muchos
ámbitos. Los medios de comunicación quieren transmitir un modelo de vida que
dificulta la vida matrimonial al promover la infidelidad y la mentalidad
divorcista. Otros sujetos que se llaman a sí mismos “librepensadores” promueven
un género de vida que no aprecia el compromiso y la entrega, sino la
irresponsabilidad y el libertinaje sexual. Otros grupos quieren destrozar el
modelo matrimonial querido por Dios por otras formas de convivencia aberradas.
Finalmente, la misma comunidad o sociedad: se ha creado una subcultura que
aleja los valores y ve el amor como simple atracción sexual, promoviendo
también conductas irresponsables.
Hoy
el modelo de vida más extendido es la convivencia sin compromisos. Eso es solo
en el papel, porque en la realidad no es así: las parejas que se unen de esa
manera esperan del otro fidelidad y exclusividad, pero sin la certeza del
compromiso. Y todo se cae. Porque, en su mente quieren un matrimonio, pero les
da miedo la entrega. Porque la sociedad les ha infundido el miedo a la entrega,
esas personas evitan contraer matrimonio. La sociedad prácticamente les exige
reducir la relación entre hombre y mujer en términos de relaciones sexuales, destrozando
cualquier posibilidad de apreciar y valorar a la persona con unos criterios más
completos. El hecho es que muchas personas se dan cuenta tarde que están
llegando a viejos y están solos.
Evidentemente,
alguno podrá decir: pero esos problemas también pasan en el matrimonio…
La
Iglesia no es “intransigente”. La Iglesia reconoce que hay circunstancias en
las que la convivencia no es posible. En esos casos, la Iglesia aconseja la
posible separación por el bien de las personas, tal como lo dice San Pablo: “En cuanto a los casados, les doy esta orden,
que no es mía sino del Señor: que la mujer no se separe de su marido. Y si se
ha separado de él, que no se vuelva a casar o que haga las paces con su marido.
Y que tampoco el marido despida a su mujer”. Ciertamente, puede suceder –y
sucede– que en la vida matrimonial hay circunstancias que hacen imposible la
convivencia, entonces, es mejor separarse, pero, no por eso desaparece el
vínculo matrimonial. Ésta es la razón por la que la Sagrada Escritura dice que
no es libre el hombre o la mujer separada de contraer matrimonio con otra
persona (Mc 10, 10-11). Mientras no conviva con otra persona, puede acceder a
los sacramentos normalmente.
La
Iglesia también reconoce que hay matrimonios aparentes, es decir, que existe
una o varias razones por las que un matrimonio no es válido. Eso debe ser
probado en el modo establecido por la Iglesia.
No
es fácil el papel de la Iglesia. No resulta cómodo. Igual que Jesús en su
tiempo. El que un grupo que se autodenomina “la mayoría” no esté de acuerdo con
el modelo divino de matrimonio, no quiere decir que no es la Voluntad de Dios
la institución matrimonial.
Recemos
por nuestras familias y por nuestros amigos. Que Dios les bendiga.
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