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Rectificar nuestra manera de pensar

Hoy escuchamos en la Santa Misa tal vez la parábola del Señor más conocida: la parábola del hijo pródigo, o como se ha llamado también desde el 2015 en adelante: la parábola del padre amoroso o el padre misericordioso. Es tan hermosa y profunda esta parábola que pueden hacer múltiples reflexiones sobre ellas, todas válidas y todas provechosas. No obstante, quisiera compartir tres pequeñas ideas que nos pueden ayudar a purificar nuestra fe y a vivirla mejor. En primer término, el Señor relata esta parábola ante los fariseos y escribas que le criticaban que los pecadores se acercaban a Él. Hoy muchos católicos piensan de manera similar: creen que solo pueden acercarse al Maestro los puros e impecables. De esta manera cierran las puertas a la acción misericordiosa de Dios con los hombres. Como ha dicho el Señor en otra ocasión: “ No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos ” (Mc 2, 17). Quienes de verdad necesitan acercarse más al Señor son los que están alejados. En e...

Errar es de humanos, rectificar el error es de sabios y diabólico perseverar en el error

         Este viejo adagio latino significa: Errar es de humanos, de sabios rectificar, diabólico perseverar en el error. Como siempre, los antiguos tienen razón. --          En las lecturas de hoy, encontramos diversas figuras que nos hablan de estas facetas: --          Equivocarse es de humanos . Ciertamente nuestra naturaleza humana no es perfecta y podemos equivocarnos en nuestra manera de ver el mundo, de tratar a los demás y de conducirnos personalmente. Si bien Dios nos ha dado suficiente inteligencia y voluntad como para poder comportarnos rectamente delante de Dios, con los demás y con nosotros mismos, aún así podemos dejarnos llevar por los demás, olvidando que hemos de responder personalmente por nuestras acciones. Nunca será válido culpar a los demás de nuestras deficiencias y de nuestros pecados. Así lo dice San Pablo: antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero D...

EL CAMINO PARA HACER NUESTRA LA MISERICORDIA

Escuchamos en el Evangelio de hoy la parábola de la misericordia por excelencia: la parábola del hijo pródigo. Son muchísimas las reflexiones que podríamos hacer porque el pasaje es hermoso y rico en detalles, pero me detendré en dos. 1)       ¿En qué consiste el pecado? En la parábola escuchamos la decisión del hijo menor: pide su herencia y se va lejos de la casa del padre. Allí se olvida del amor de su familia, el chico se cree autosuficiente, se vuelca a los placeres y vacía todas sus riquezas, riquezas que recibió de su familia y su casa. Lo desperdició todo. El segundo momento, la vaciedad y la soledad absoluta. El chico siente la soledad de los “amigos”, la tristeza de haber dilapidado toda la riqueza de su casa y su familia. Tiene hambre –siente el vacío en su estómago– y en vez de volver sobre sus pasos y volver a encontrar la riqueza de su casa, va a hundirse cuidando lo que es prohibido, y desea llenar el vacío con la porquería. A...

El peor pecado...

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Dice la Sagrada Escritura que el pecado que no se perdona es el pecado contra el Espíritu Santo (Lc 12, 10). Este pecado consiste en negarse a aceptar la salvación por la decisión de no arrepentirse de los propios pecados. Muy cerca de esa decisión está quién no reconoce que sus acciones son pecados, que son actos que se alejan de la Voluntad de Dios. Y ése, según la enseñanza de los Santos Padres, es el peor pecado de nuestro tiempo. En el Evangelio escuchamos la parábola del “hijo pródigo”. Vemos dos actitudes, la del hijo menor y la del hijo mayor. Una y otra son actitudes que debemos evitar.