A ejemplo de Bartimeo
El pasaje del Evangelio de hoy es
muy sencillo, pero rico en enseñanzas para nuestra vida. Abusando un poco de la
ocasión, la reflexión de hoy la haremos en modo lectio divina.
El Señor Jesús va de Jericó a
Jerusalén. Va hacia su destino, a la entrada triunfal en Jerusalén. En los
caminos que llevan a Jerusalén era normal encontrarse con personas que sufrían
algún tipo de discapacidad. Ellos se sentaban a la vera del camino a pedir
limosna. El ciego Bar Timeo, al escuchar el ruido del tumulto, pregunta quién
va. Y le dicen: es Jesús.
Al oír que era Jesús Nazareno,
empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Bartimeo
no tiene miedo en profesar su fe en Cristo. En medio de la turba comienza a
gritar a Jesús reconociéndolo como el Mesías. No olvidemos que Israel sabía que
el Mesías sería un “hijo de David”.
Muchos lo regañaban para que se
callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
La gente le pedía que se callara, pero él gritaba más fuerte. No le teme a la
gente, ni a lo que digan. Cree en Cristo y lo manifiesta con su vida. En
nuestra vida encontraremos voces que nos gritarán que dejemos de manifestar
nuestra fe en Cristo. Nos pedirán que dejemos nuestro testimonio de fe porque
les fastidiamos. Como Bartimeo, no debemos hacer caso a esas voces y seguir
dando testimonio de nuestra fe.
Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a
Jesús. Bartimeo se deshace de todo lo que
impide llegar a Jesús. Después que le comunican que el Señor le ha llamado, el
ciego hijo de Timeo lanzó a un lado el manto. La razón es que para un invidente
se le hace muy difícil moverse con un lienzo que le envuelve. De la misma
manera, todo cristiano, todo discípulo de Jesús, debe deshacerse de todo lo que
sea un obstáculo para encontrarse con el Señor. Aunque pudiera parecer útil, si
me impide estar con Jesús, es mejor dejarlo de lado.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que
haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» Esa
pregunta nos la hace el Señor todos los días. Ante esa interrogante, Bartimeo
ora con sinceridad. Estando en la presencia de Jesús pide con sencillez y
sinceridad que le quite el mal que más le turba el corazón. Le pide al Señor
que le libere de su angustia. Lo hace con confianza. Además, nos deja un
ejemplo de una invocación que podríamos repetir muchas veces durante el día,
millones de veces durante nuestra vida: “Maestro,
que pueda ver”. Nuestra vida está llena de cosas que pueden oscurecer
nuestra percepción de la Voluntad de Dios. No hay mejor remedio que pedirle al
Señor que podamos ver su Voluntad en medio de tantos obstáculos. Eso se llama discernimiento.
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha
curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Bartimeo sigue a Jesús. No se acerca a Él por interés. Su intención no es solo
verse liberado de un mal: su fe va más allá de la obtención de un favor. El que
antes era ciego muestra lo que es la fe verdadera: seguir a Jesús, convertirse
en su discípulo, quiere estar cerca del Maestro y vivir según sus enseñanzas.
Así debemos hacer nosotros.
Tenemos en Bartimeo un ejemplo de
cómo vivir nuestra fe. Vivirla sin miedo, deshacernos de lo que nos impide
acercarnos a Jesús, orar con sinceridad y vivir como buenos discípulos del
Maestro.
Que Dios te bendiga.
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