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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Una virtud para todo cristiano

  En el evangelio de nuestra Santa Misa (Lc 2, 16-21) escuchamos como acudieron a presentar sus respetos al Niño Jesús pastores y gente humilde que estaba en Belén. Para el modo de vivir de la época, aquello debió ser un evento que superó cualquier expectativa para una familia humilde, de pueblo. Habían pasado penurias en el viaje: María estaba en avanzado estado de gravidez, no encontraron posada, tuvieron que arreglarse en un lugar incómodo, hecho para animales, y sin las mínimas comodidades para el Bebé. Ahora presenciaba una serie de eventos que no solo les llenaban de gozo, sino que además los superaba. La actitud de María que realza el evangelista es que guardaba todas esas cosas y las meditaba en el corazón. Primero, las atesoraba en la memoria. Una virtud necesaria también en la vida ordinaria. Los seres humanos solemos no hacer recurso a la memoria de mediano y largo plazo. Siempre dejamos que sea la última experiencia la que tome el control del futuro, y no en rara ve

Una misión difícil e ineludible

  Hoy nos unimos a toda la Iglesia en la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth. Hoy hay una invitación más que clara a mirar a Jesús, María y José como un ejemplo para todas las familias del mundo. Hoy quisiera proponerte una virtud cada vez más ausente y cada vez más necesaria en toda familia y, por lo tanto, también en cada católico: el temor del Señor. Sabemos bien que el temor del Señor (también llamado temor de Dios) no se trata de tener miedo a lo que Dios pueda hacernos (eso que llaman castigo divino). La mejor imagen para comprender lo que es el temor de Dios es el cuidado que tiene una madre o padre con un bebé recién nacido: no le tiene miedo al bebé, tiene miedo de que pueda sufrir cualquier evento que le cause un daño o mal. Una actitud similar debe tener el cristiano con Dios: ha de poner sumo cuidado, no en hacer daño alguno al Señor, lo que es imposible, sino de procurar orientar la vida en el respeto de su nombre y hacer del Señor un objetivo privilegiado cada

Solemnidad del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo

 Los seres humanos, cada año que pasa, nos volvemos más superficiales. Damos valor casi de verdad incontrovertible a un mensaje recibido en whatsapp mientras que muchos de los problemas reales de la vida no son abordados porque requieren un esfuerzo por reflexionar y profundizar. Algo similar ocurre con la Navidad. Nos hemos quedado con el cascarón y desechado el relleno. Nos hemos quedado con la alegría externa, pero sin la razón de ella. Nos hemos olvidado de un hecho que es extremadamente difícil comprender. ¿Por qué Dios, Creador y Todopoderoso habría decidido nacer y hacerse hombre? ¿Acaso eso no es de locos? La experiencia nos dice que los seres humanos cuando están enamorados son capaces de hacer cosas que, si no lo estuvieran, no lo harían jamás. Y es porque el amor les lleva a demostrar más, les empuja a querer demostrar con la vida que son capaces de todo por la persona amada. Y lo mismo ha hecho Jesús. Nos ama. Nos ama con desesperación. ¡Dios se volvió loco! Anunció desde h

La confianza que distingue al cristiano

  En un mundo donde cada día se impone la desconfianza por el mal proceder de otros, el Evangelio indica que el creyente ha de tener una confianza en Jesús, Palabra del Padre. La confianza cristiana es algo difícil de entender para el mundo moderno: se trata de creer, esperar, de tener fe en Dios que nunca defrauda. Las lecturas de la Santa Misa de hoy son una muestra de como ha de distinguirse la confianza del creyente. En la primera lectura (2Sam 7, 1-5.8-12.14.16) David, el rey, quiere construir un templo magnífico para Yahweh y le dice al profeta que pregunte a Dios. El profeta responde de inmediato: ¡Claro que sí! Después Yahweh hace saber al profeta que no será David sino un hijo suyo, y además le promete que un hijo suyo (Jesús) se sentará en su trono para siempre. Lejos de entristecerse o desesperarse, David se alegra. No lo verá él, pero confía en las promesas de Dios y ¡eso es motivo más que suficiente para estar alegre! En el evangelio de hoy (Lc 1, 26-38), el ánge

Ser cristiano = ser alegre

En el imaginario de mucha gente descansa un error de percepción sobre lo que significa ser seguidor de Cristo. Ese error consiste en que ser católico significa vivir en la calle de la amargura. En otras palabras, piensan que nos está prohibido ser felices. Nada más alejado de la realidad. Una de las cosas que ha destacado a los grandes santos es que son personas que viven alegres. Incluso en medio de la adversidad, porque la razón de su alegría no descansa solo en su bienestar. En el camino del adviento, hoy la Iglesia nos propone para nuestra reflexión esto: en la espera de Cristo Jesús, debemos estar alegres. En las lecturas de hoy, escuchamos tres de muchas razones para estar contentos: Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia (Is 61, 10): Jesús nos da la gracia y la fuerza necesaria para alejarnos del mal y orientar nuestra vida como ofrenda al Padre. Porque

La solemnidad de la Inmaculada Concepción

  Las lecturas de hoy nos muestran el proyecto de Dios: desde antes de la creación del mundo, el Señor había elegido que libremente los hombres obtendrían la salvación por la Encarnación de su Hijo. Nunca nadie habría imaginado que Dios se hiciera hombre. Una de las razones por las que el Sanedrín condenó a Jesús fue porque Él afirmaba que era Dios hecho hombre (Jn 10, 33). La cerrazón de su mente (por orgullo o por lo que sea) no les permitía ver en eso el mayor gesto de amor de Dios: ama tanto a los hombres que ha querido unirse a la vida e historia de los hombres. En la primera lectura, el Señor declara la enemistad entre la descendencia de la mujer (Jesús) y los descendientes del demonio. Jesús habría de nacer de una mujer para ser parte de la familia humana. Y el Señor se fija en una hija de Israel, de la tribu de Judá, que destacaba por encima de todas. Y la elige. Elige a María. La Iglesia ha creído siempre que Dios la libró de toda mancha de pecado original para que fue

Adviento es poner orden

La primera lectura de nuestra Misa de hoy anuncia la presencia de un personaje que anunciaría la presencia inmediata del Mesías en medio del Pueblo. Para preparar la presencia del Señor, ese profeta invita a poner orden: “ Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane ” (Is 40, 4). Nuestra vida, dicen también los filósofos, está hecha de las experiencias, ideas, convicciones y emociones que vamos almacenando. Ellas van influyendo en nuestra vida, de manera positiva o negativa. El hecho es que no siempre sabemos poner orden: saber qué cosas debemos guardar y qué cosas debemos desechar. El tiempo de Adviento es el tiempo propicio para poner orden en nuestra casa interior, que es el alma. Y hay un criterio para hacerlo: qué cosa se convierte en un obstáculo para acercarme a Jesús o no. En el Evangelio según San Marcos que escuchamos en nuestra Santa Misa, el evangelista dice que la persona que anuncia la presencia inmediat