La segunda venida del Señor y el fin del mundo
La narración de la segunda venida está hecha en el
lenguaje propio de los judíos quienes usaban imágenes exageradas para anunciar
algo importante. Hoy diríamos que está hecho en términos apocalípticos: el
Evangelio de nuestra Misa de hoy es un ejemplo de ello. El Señor habla de una
conmoción cósmica universal que anunciará la presencia inmediata de Jesucristo
Rey.
En sus palabras, Jesús nos invita a considerar que este
mundo creado por Dios tendrá un fin, el cual no sabemos cuándo será. No importa
cuándo sea, siempre será un encuentro con Cristo: “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las
nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus
elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte”.
No debemos tener miedo
al final de mundo o de nuestra vida. Siempre será un encuentro con el Señor, el
justo y misericordioso Juez, ante quien rendiremos cuenta de lo que hemos sido.
Lejos de ser un motivo de angustia, es una invitación para que desde ahora
tengamos la mirada puesta en el fin. Eso no es una negación de que podamos
disfrutar el momento presente: es una invitación a vivir el momento presente, a
disfrutarlo a plenitud, pero sin olvidar que estamos llamados a la felicidad
plena en la vida futura.
Los creyentes en Cristo,
ante estas lecturas, no ha de tener miedo. Ante la consideración del fin, tener
miedo es propio de las personas que no tienen fe o su fe no es firme como una
roca. Los no creyentes temen porque tienen el corazón vacío, se asustan porque
no han puesto su esperanza en la vida eterna con Jesús. Tienen su corazón
apegado a lo material y, claro, la segunda venida del Señor supone el fin del
mundo tal cual lo conocemos. Y se asustan: su corazón no está en Jesús.
Recuerda una cosa importante: Jesús no te dice que no
disfrutes en esta vida, sino que no pongas el corazón en la felicidad material.
Ese tipo de felicidad no llenará jamás el alma, antes bien la hará desviar
hacia el mal. Es precisamente la fe en Jesús, Dios Salvador, en la esperanza en
la vida eterna y en el amor a Dios y al prójimo donde se desarrolla el
fundamento de la verdadera felicidad. Sin Dios no hay felicidad posible.
El discípulo de Cristo sabe que está llamado a la
felicidad plena. Podemos ser felices también en esta vida sin apartarnos de
Cristo Jesús, de su mensaje de salvación, de sus mandamientos. Entonces, el fin
—el encuentro con Jesús— será la felicidad total.
Que Dios te bendiga.
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