Una virtud para todo cristiano
En el evangelio de nuestra Santa Misa (Lc 2, 16-21) escuchamos como acudieron a presentar sus respetos al Niño Jesús pastores y gente humilde que estaba en Belén. Para el modo de vivir de la época, aquello debió ser un evento que superó cualquier expectativa para una familia humilde, de pueblo.
Habían pasado penurias en el viaje: María estaba en avanzado estado de gravidez, no encontraron posada, tuvieron que arreglarse en un lugar incómodo, hecho para animales, y sin las mínimas comodidades para el Bebé.
Ahora presenciaba una serie de eventos que no solo les llenaban de gozo, sino que además los superaba.
La actitud de María que realza el evangelista es que guardaba todas esas cosas y las meditaba en el corazón.
Primero, las atesoraba en la memoria. Una virtud necesaria también en la vida ordinaria. Los seres humanos solemos no hacer recurso a la memoria de mediano y largo plazo. Siempre dejamos que sea la última experiencia la que tome el control del futuro, y no en rara vez nos equivocamos. También solemos prestar más atención a las tristezas presentes que a las alegrías que han dado color a nuestra vida.
La Sagrada Escritura en muchísimas ocasiones invita a los fieles a recordar, a volver a tener presente las maravillas que obró el Señor en medio de ellos, y a dar gracias por los beneficios. También invita a recordar las faltas para no dejar que la soberbia tome el control de nuestra vida.
María también meditaba: todas las experiencias de su vida no solo las repasaba en la presencia de Dios, sino las repasaba con Dios. Y esto es lo que debe distinguir a todo creyente. Tenemos por cierto que, en el más estricto respeto de nuestra libertad, el Señor tiene un plan con nosotros. Cada uno debe encontrar el sentido de su vida en el ese plan de santidad y salvación que Jesús nos propone.
Como buenos cristianos y a ejemplo de la Madre de Dios, debemos recordar los gozos y tristezas, alegrías y esperanzas, faltas y virtudes de nuestra vida, y considerarlos en la presencia del Señor y con el Señor. Así encontraremos el sentido de la misión que Dios quiere para nuestra vida.
¡Que el
Señor nos conceda un año lleno de bendiciones!
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