Una misión difícil e ineludible
Hoy nos unimos a toda la Iglesia en la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth. Hoy hay una invitación más que clara a mirar a Jesús, María y José como un ejemplo para todas las familias del mundo.
Hoy quisiera proponerte una virtud cada vez más ausente y cada vez más necesaria en toda familia y, por lo tanto, también en cada católico: el temor del Señor.
Sabemos bien que el temor del Señor (también llamado temor de Dios) no se trata de tener miedo a lo que Dios pueda hacernos (eso que llaman castigo divino). La mejor imagen para comprender lo que es el temor de Dios es el cuidado que tiene una madre o padre con un bebé recién nacido: no le tiene miedo al bebé, tiene miedo de que pueda sufrir cualquier evento que le cause un daño o mal.
Una actitud similar debe tener el cristiano con Dios: ha de poner sumo cuidado, no en hacer daño alguno al Señor, lo que es imposible, sino de procurar orientar la vida en el respeto de su nombre y hacer del Señor un objetivo privilegiado cada día. Hoy escuchamos en el salmo: Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos (Salmo 127, 1) De igual manera, escuchamos en la segunda lectura de la Santa Misa: “todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3, 17).
En la lectura del evangelio (Lc 2,22-40) escuchamos como José y María pusieron sumo cuidado en poner en práctica lo que pedía el Señor al Pueblo de Israel. Se tomaron el tiempo que necesitaban. No había nada más importante en ese momento. Como creyentes, José y María querían cumplir la Voluntad de Dios y educaron así al Niño Jesús que “iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba” (v. 40).
Hoy nuestro mundo es bastante hipócrita. Es el resultado de haberse alejado de Dios: el mundo ha perdido el temor de Dios. Hoy mismo la tendencia es tratar al Señor de modo residual: si me sobra tiempo, si no estoy cansado, si no tengo algo que considere más importante que hacer, si no hay partido de futbol o básquet o béisbol… entonces le dedicaré un rato al Señor.
Una de las tareas que tenemos como creyentes y como familia cristiana es aprender a dedicar al Señor el tiempo privilegiado que se merece y enseñarlo a las generaciones que vienen. En ese orden: primero, aprender y luego, enseñar.
Debemos pedir por todas las familias cristianas para que vivan en el santo temor de Dios. Y cada uno de nosotros también.
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