El bautismo del Señor

Juan prepara el camino a Jesús.
Dice que es mayor que él y que sería el autor del bautismo definitivo: el que
unge con el Espíritu Santo y purifica como el fuego. Y hoy, todos nosotros, los
creyentes que hemos recibido el bautismo, hemos de hacer un acto de conciencia:
he recibido la fuerza del Espíritu Santo para ser testigo de Cristo.
Jesús, en el relato de hoy, se
mezcla entre las gentes y se hace bautizar por Juan. En otros pasajes de los
Evangelios, se narra un diálogo entre Jesús y Juan, quienes se conocían. El
Señor Jesús ha querido hacerse uno de nosotros, sin mayores privilegios. La
Iglesia lo confiesa con frecuencia: Jesucristo se hizo semejante en todo a
nosotros menos en el pecado (Heb 4, 15). Ya lo hemos vivido en la Navidad del
Señor.
Después de ser bautizado, Jesús
se pone a orar. Mientras oraba, tuvo lugar una teofanía: Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo se manifiestan. El Hijo —Jesús— en oración, el Espíritu Santo
desciende visible sobre Jesús y se oye la voz del Padre: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti
me complazco». Este hermoso hecho tiene como fin hacernos saber que en
Jesús descansa la plenitud de la divinidad y que Él es lo mejor que ha podido
pasarle a la humanidad. Un Dios cercano, que nos ama, nos enseña, nos guía, nos
acompaña, que da un sentido nuevo a nuestra vida, que nos fortalece en la
debilidad y nos consuela en el gozo. Ese es Jesús, el Hijo del Padre.
¡Que Dios nos bendiga a todos!
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