¿Qué es la fe?
Un buen
número de cristianos de hoy dice: “Creo en Dios”. Eso no quiere decir
necesariamente que “tienen fe en Dios”. Tener fe es otra cosa.
“Creer”
en el lenguaje ordinario tiene diversos significados. El más común es el de dar
por cierto lo que alguien dice por diversos motivos: “Fulano dice esto y yo
le creo”. También se usa para manifestar cierto grado de certeza en algo: “Yo
creo que debe hacerse esto de esta manera”. En el uso común, cuando la
gente dice “yo creo en Dios” quiere decir que tiene la percepción
intelectual de la existencia de un ser espiritual muy por encima de nosotros.
Pero eso no es tener fe.
Efectivamente
yo puedo decir “creo que el cielo es azul”, pero eso no compromete en
nada mi vida. Igual, muchos dicen “creo en Dios” pero eso no resulta en ningún
compromiso práctico. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: La fe
es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e
inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado.
(n° 150).
Esa
adhesión personal del hombre a Dios se traduce en orientar nuestra vida según
el Señor. Es vivir desde ya sus promesas, como lo escuchamos en la segunda
lectura de la Misa de hoy: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo
que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Heb 11, 1).
El pasaje
de la carta a los Hebreos es clara: la fe es una adhesión personal que nos
lleva a obedecer lo que Dios nos pide. De hecho, hace un elenco de acciones por
las que nuestros mayores en la fe fueron alabados: Abrahán, Sara, Isaac,
Jacob... Un cristiano debe tener claro y cierto que la fe en Jesús implica
estar unido a su Persona y seguir su voluntad. La Sagrada Escritura es tajante
en esta afirmación: “Vean cómo sabremos que conocemos a Jesús: si cumplimos
sus mandatos. Si alguien dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus mandatos,
ése es un mentiroso y la verdad no está en él” (1Jn 2, 3-4).
Si bien
podríamos levantar nuestra voz de protesta diciendo que hoy la gente no cree,
no es menos cierto que parte de la culpa la tenemos nosotros. Efectivamente,
muchos no tienen fe porque simplemente no quieren aceptar a Jesús y cambiar sus
vidas. Es un hecho innegable. También es cierto, por otra parte, que ha habido
una grave falla en un aspecto de nuestra vida de fe.
Nos sigue
enseñando el Catecismo de la Iglesia Católica: “La fe es un acto personal:
la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe
no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo.
Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El
creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a
Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente
es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin
ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la
fe de los otros” (n° 166)
La
fe no es para vivirla solo, sino para compartirla con otros en dos sentidos: celebrarla
con otros y transmitirla a otros. Una fe que no se celebra comunitariamente, se
muere; una fe que no se transmite a los demás, se muere.
La
transmisión de la fe debe ir acompañada del testimonio personal. La pérdida del
sentido de lo sacro, sin duda, se debe a que nosotros no hemos sido capaces de
transmitirlo con nuestras palabras y con nuestra vida. Baste un ejemplo: si los
que tienen poca fe no encuentran en la Iglesia un ambiente de oración, no es
culpa de ellos, sino de nosotros que no hemos dado el ejemplo ni hemos
corregido como es necesario.
La
transmisión de la fe es un elemento fundamental de la vida de la Iglesia (y de
los cristianos). En la primera lectura de la Misa, el autor del libro de la
Sabiduría da testimonio que el respeto por la celebración de la pascua y por el
cumplimiento de la ley se debe a la decisión libre de sus padres. Eso
procuraron transmitirlo a las generaciones sucesivas.
El
llamado de Jesús en el Evangelio de hoy va en consonancia con la vivencia de la
fe: hay que hacerlo siempre, porque no sabemos cuándo vendrá el Señor.
Pregúntate:
¿Tengo fe en Jesús mi Salvador? ¿Cómo la vivo? ¿Cómo la transmito?
Que
Dios te bendiga.
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