Tal cual somos


 Las lecturas de nuestra Santa Misa de este domingo tienen un claro mensaje: dejar la soberbia de lado. No es sana. No es buena y envenena el alma.

         El mundo ha ido adoptando como norma el aparecer, el destacar, el llevar una vida “plástica”. Recientemente, han ocurrido una serie de hechos y algún que otro estudio que demuestran que el fenómeno de las redes sociales ha exacerbado la voluntad de aparentar una vida inexistente ante los demás. Al mismo tiempo, se vuelve noticia el que una persona humilde (objeto de burlas de otros, inclusive) aprovechando una oportunidad logra el reconocimiento y el éxito a los ojos del mundo. También ha aparecido un concepto llamado “karma” según el cual el soberbio o fanfarrón recibe una lección a los ojos de todo el mundo.

         Todo esto es una señal inequívoca que el mundo sufre de un vacío de valores, de virtudes, de Dios.

         Hoy en la primera lectura (Eclo 3,17-18.20.28-29), el sabio aconseja dejar de lado el orgullo. Si tienes éxito en tus proyectos, no lo presumas delante de los demás, sino que ha de alegrarse con el Señor. En el Evangelio (Lc 14,1.7-14), el Señor nos propone el ejemplo de un invitado a la boda que quería buscar un puesto de privilegio sin merecerlo o sin que le fuese asignado. La intensión primaria es recordarnos que, ante Dios, quien nos conoce perfectamente, no podemos proponernos como seres superiores a lo que somos. De igual manera, no hemos de poner como regla general de nuestra vida obtener el reconocimiento de los demás.

         Hoy es un día ideal para examinar las intensiones de nuestras acciones ante Dios y ante los demás. Presentarse ante Dios cual fariseo en el templo (Lc 18, 9 – 14) es inútil. Presentarnos hipócritamente ante los demás es recibir el aplauso vacío de la gente. La humildad, que no es otra cosa que la verdad, es presentarnos ante Dios y ante los demás tal cual somos, sin otras intensiones o intereses.

         Así, “todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14, 11)

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