El problema es la avaricia


El consejo del Señor es claro: eviten toda clase de avaricia (Lc 12, 15). Y para comprender bien en qué consiste la avaricia es necesario precisar algunos conceptos.

Los bienes materiales no son malos. Todos ellos son fruto de la voluntad creadora de Dios. Y fueron dados al hombre para que los trabajara (Gen. 2, 15).

Los bienes materiales son para multiplicarlos y producirlos, siempre en beneficio de la colectividad humana. Quien trabaja o procura que se trabaje le es absolutamente lícito obtener una ganancia, siempre y cuando no vaya en perjuicio del bien de otro. La condición de cada quien debería ser tal que no le brindara preocupaciones por su bienestar actual y futuro. Quien carece de ellos, vive en una angustia permanente. Por eso, ser pobre de bienes no es bueno. El cristiano debe vivir bien, y debe orientar su vida para vivir bien.

Ahora bien, no importa cuál sea nuestra condición actual. El cristiano no debe perder de vista que está llamado a buscar los bienes más excelsos: los que dan la vida eterna. Los bienes de la tierra no le procurarán la salvación.

El gran problema de los bienes materiales no está en los bienes mismos, sino en el corazón del hombre. No necesariamente quien goza de bienes materiales es malo como tampoco quien carece de bienes materiales es bueno. El punto fundamental es: cuál es la disposición de cada persona con respecto a los bienes materiales.

El gran reclamo del Señor no es que el empresario haya obtenido una gran riqueza. No. El reclamo del Señor es la actitud que tomó ante ese hecho: Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’ (Lc 12, 19). De hecho, en otra parte de los evangelios, el Señor reclama el que no se haya hecho producir los bienes que se han dejado (Mt. 25, 26 – 29), al mismo tiempo que reclama al rico Epulón no el que haya tenido bienes, sino que teniéndolos no supo ayudar a quien no tenía ni siquiera para vivir, sino que se “pavoneaba de vestir finamente y comer espléndidamente todos los días” (Lc. 16, 19).

El cristiano debe tener claro que el fin de su vida no es acumular riquezas, porque eso no le dará lo que es verdaderamente necesario: la vida eterna. Ya en el Antiguo Testamento, Dios llamaba la atención sobre la vaciedad e inutilidad de poner todas las esperanzas en la acumulación de riquezas, olvidándose de quienes tienen alrededor, de Dios y de la salvación de su alma.

La avaricia es el afán incontrolado de poseer bienes materiales. Es enfermizo. Su especial malicia consiste en conseguir y mantener dinero, propiedades y demás, con el solo propósito de vivir para eso. Es por eso que San Pablo dice, acertadamente, que la avaricia es una idolatría (Col 3, 5): el avaro hace del dinero y las riquezas su dios personal. Toda su vida va orientada como si fuera un culto al dinero y lo material.

Nosotros tenemos como Dios único y nuestro Salvador a Cristo Jesús. Y al término de nuestra vida, el Señor no nos preguntará cuánto tuviste, sino, cuánto oraste, cuanto amaste, cuánto buscaste tu salvación.

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