Las "divisiones" que genera el Señor Jesús


En el Evangelio de nuestra Misa (Lc 12, 49–53) hemos escuchado unas palabras de tono fuerte y que parecen contradictorias del modo de ser de Jesús. Nos vemos obligados a escudriñar el alcance y significado de las palabras del Señor.

 “He venido a prender fuego a la tierra ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (Lc 12, 49) ¿Qué quiere decir el Señor con fuego? La tradición bíblica de la Iglesia interpreta esta palabra en dos sentidos: el primero, purificación, y el segundo, el Santo Espíritu de Dios.

Ciertamente, Jesús y su palabra quieren poner a prueba todo. Cuando alguien decide seguir a Jesús tiene que poner a prueba todos los elementos de su vida a ver si coinciden con lo que el Maestro nos enseña. Hemos de quedarnos con lo bueno, todo lo demás, hemos de desecharlo: malas palabras, actitudes, malos comportamientos, comentarios, críticas. Así como el fuego se usa para purificar los metales, lo mismo debemos hacer con la Palabra: purificar nuestra vida.

También ese fuego puede significar el Santo Espíritu de Dios que con sus dones hace encender los corazones para que gusten la Palabra y orienten definitivamente su vida a Jesús, al igual que los discípulos de Emaús, que escuchando a Jesús sin saberlo, sentían arder sus corazones cuando el Maestro les explicaba la Palabra (Lc 24, 32) Esta acción del Espíritu Santo hará, sin duda, que pongamos a prueba a todo para orientar nuestra vida según el querer de Dios.

“¿Pensáis acaso que he venido a traer paz a la tierra? No. Sino la división”. (Lc 12, 51) El Príncipe de la paz, ¿vino a traer la división? Aunque suene contradictorio es cierto, pero no porque así lo haya querido, sino porque así lo disponemos los hombres. Cuando en la búsqueda de la verdad se antepone el orgullo o la soberbia, necesariamente habrá posiciones encontradas, habrá división. Y esa puede ocurrir inclusive en el seno de nuestra propia familia.

Cuando se quiere poner en práctica la Palabra del Señor, esa misma actitud trae las mismas consecuencias. Y hoy más, donde en nuestra sociedad se ensalza lo malo y se recrimina lo bueno. Hoy se alaba más la viveza y la pillería, que la honestidad. Hoy se prefiere el insulto y la difamación a la corrección fraterna que nos enseña Jesús. Hoy se valora más la adulación que los méritos de una persona. Eso ocurre porque nuestra sociedad se ha alejado de Jesucristo y ha puesto en su centro otros intereses.

Cuando un cristiano, fiel creyente, quiere poner en práctica las enseñanzas del Maestro obtiene críticas. Normalmente, se le discrimina y se le deja de lado. Entonces, Jesús se convierte en fuente de división. En la carta a los Hebreos que escuchamos hoy en nuestra Misa, el autor nos recuerda que los cristianos hemos de sufrir oposición y nos invita a que miremos a Cristo Jesús: “Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo” (Heb 12, 3).

En ese particular, quiero subrayar un aspecto que señala el Señor: las divisiones ocurrirán en el seno de las familias. Históricamente fue así en los primeros siglos de la Iglesia y hoy es recurrente en nuestra sociedad moderna que ha hecho de la hipocresía el modo de vivir. Existe un modo absurdo de razonar y actuar según el cual el creyente ha de renunciar a sus propias convicciones en favor de una extraña ética en la que la expresión de nuestras propias opiniones católicas puede ir con la sanción de un extremismo ideológico o, al menos, de que es políticamente incorrecto. Es hora de hacer saber que lo que proviene de la palabra de Cristo nunca es incorrecto. Y si hemos de sufrir oposición por ello, entonces, que así sea. En la primera lectura escuchamos como los influentes del Reino hicieron que se ajusticiara a Jeremías porque el profeta hablaba de parte de Dios y no es lo que querían escuchar los poderosos del reino (Jer 38,4-6.8-10).

Inclusive, dentro de los mismos seguidores de Jesús puede haber división. Y la raíz de esa división será siempre el orgullo y la soberbia. Cuando el mensaje de salvación no se acepta en su integralidad, cuando se comienzan a utilizar frases como “yo considero” o “yo pienso” por encima de la Palabra, entonces, surgen las divisiones. Y así han surgido las divisiones a lo largo de la historia de la Iglesia.

Divisiones, las habrá, pero no porque el Señor así lo quiera. Lo hacemos los hombres cuando nos dejamos llevar por el orgullo y la soberbia.

Aunque en el mundo se encuentre esta actitud contra Jesús, permanezcamos firmes. Jesús sabrá recompensarnos.

¡Que el Maestro nos bendiga!

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