No pierdan la paz (Jn 14, 1)
Las lecturas de este domingo nos proponen una serie de temas diferentes que se apartan, al menos en apariencia, del argumento de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, no es así. Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre cómo debemos vivir nosotros nuestra fe en Cristo Jesús resucitado.
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De entre los múltiples temas que
podemos reflexionar, voy a detenerme en el primer versículo del Evangelio de
hoy: “No pierdan la paz”.
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Los filósofos han dado una
definición de paz que es muy cercana a la que quiere dejar el Evangelio
hoy: Paz es la tranquilidad que da el orden. Cuando cada cosa está en su lugar
y cada quien hace lo que debe hacer, el resultado en el ánimo de cualquier
persona es tranquilidad, es paz.
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El creyente en Cristo Jesús
adquiere la paz cuando su vida sabe orientarse hacia Jesucristo, su persona y
su Palabra. Cuando, por alguna razón, las actividades y avatares de nuestra
vida se convierten en un obstáculo para el trato con Nuestro Señor, entonces,
no hay paz.
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Para el alcanzar la paz, el
creyente tiene que poner en la perspectiva de Nuestro Señor su propia vida y,
en función de eso, tomar decisiones que ayuden a volver a poner paz en el
corazón. En la primera lectura de nuestra Santa Misa (Hech 6, 1-7), los Apóstoles
caen en la cuenta de que, por atender las necesidades de la comunidad,
descuidaron el Ministerio de la Palabra. Entendiendo que lo que el Maestro
esperaba de ellos era que llevaran el mensaje de la salvación a todos,
encontraron una solución y fue precisamente desprenderse del hermoso deber de
atender a las necesidades de la comunidad, delegándolo en otros, y ellos se
dedicarían a su misión fundamental: la evangelización. Así, para alcanzar la
paz, es necesario obedecer a Jesucristo e introducir algunos cambios en la vida
o desprenderse de cosas.
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El Señor Jesucristo invita a sus
discípulos que no pierdan la paz, sino que pongan su confianza en Él. Todavía
debemos considerar otra cosa: El Maestro puede enseñarnos el camino que conduce
a la paz, pero no puede recorrerlo por nosotros. Cada uno de nosotros debe
discernir las situaciones propias de su vida y ponerlas en referencia de Cristo
Jesús. Ante la pregunta de Tomás, el Señor le responde con una frase que no
hemos de olvidar jamás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
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El creyente vive con una serie de
situaciones en la que se mezclan lo importante y lo urgente. No siempre resulta
fácil para el discípulo de Cristo dar una respuesta a las diversas
circunstancias. Es normal que podamos equivocarnos. Y debe ser una práctica
constante en nosotros saber corregir cuando nos hayamos percatado de que nos
hemos equivocado. Pedir perdón al Señor por los errores que hayamos podido
cometer es una fuente de paz que el creyente debe tener en altísima estima.
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Un último consejo válido para
todos. Nuestra sociedad se ha empeñado en decirnos qué es lo más importante
para nuestra vida, desde qué debemos hacer, como debemos vestir, qué debemos
comprar, como debemos divertirnos. Nos lo dicen los medios de comunicación, las
redes sociales, las personas que nos rodean… Y eso puede aturdir al seguidor de
Cristo. Lo mejor siempre será dejarse guiar por el propio criterio con la ayuda
de la luz y la gracia de Jesucristo. Porque Jesús es el camino, la verdad y la
vida.
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Que, con la bendición del Señor
Jesús, no perdamos la paz.
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