Renovar nuestra mente (Ef 4, 23)
La carta a los Efesios resulta una especie de catecismo básico para los cristianos del s. I. San Pablo recuerda a todos los creyentes las cosas más fundamentales: la acción omnipotente de Jesucristo que nos ha reportado la salvación, salvación que es para todos, judíos o no, y que nos ha hecho un solo pueblo construyendo un vínculo de unidad: una solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre.
San Pablo recuerda también la actitud fundamental del creyente en Cristo Jesús: si aceptamos a Cristo, si hemos hecho de Él nuestro Señor, entonces no podemos vivir como personas paganas. Si aceptamos a Cristo renunciamos al pecado; si aceptamos a Cristo, nos apartamos del mal vivir. Con el bautismo hemos hecho una ruptura con el hombre viejo (el viejo yo) y aceptamos vivir como el hombre nuevo en Cristo (el nuevo yo).
¿Cómo hacer esa transformación? ¿Cómo poner en práctica esa conversión a la que nos invita Cristo Jesús? La respuesta: Dejen que el Espíritu renueve su mente. Esa renovación de la mente tiene una palabra en griego: metanoia.
El punto de quiebre está en que si yo acepto a Cristo como mi Salvador no puedo seguir pensando como antes. No puedo prenderle una vela a Dios y una al diablo. No puedo decir que acepto los mandamientos de Cristo y sigo cometiendo los mismos pecados. ¡Eso es un absurdo!
Aunque resulte absurdo, muchos viven hoy de esa manera y defienden su vivir alejado de Cristo. Han cambiado la Palabra de Cristo por palabra humana. No puede nadie llamarse cristiano y no vivir los mandamientos de Cristo Jesús.
El cristiano debe aprender a dejarse guiar por el Espíritu Santo. Y el primer requisito es no amoldarse a los criterios del mundo. Un creyente no debe dejarse guiar por el criterio de “todo el mundo lo hace”. ¡No! El criterio del creyente es: lo que enseña Cristo Jesús.
El segundo requisito es tener la firme voluntad de conducir nuestra vida en justicia y santidad. Justicia en la Biblia es vivir con corrección, apegado a la Voluntad de Dios. Santidad es la dedicación de nuestra vida a Dios. El creyente ha de tener la firme voluntad de cumplir los mandamientos y en especial el de amar a Dios sobre todas las cosas: sobre el partido de futbol, sobre la fiesta, la marcha, las comilonas, la playa, el paseo, el cine... De lo contrario, no podremos decir que vivimos en justicia y santidad.
Pidamos al Santo Espíritu de Dios que nos guíe en el camino de conversión: dejémonos renovar y revistámonos del nuevo yo en justicia y santidad. ¡Jesús nos bendiga!
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