Contra la terquedad y la obstinación, firmeza en la voluntad
Las lecturas de nuestra Misa de hoy nos invitan a reflexionar sobre una actitud que podemos encontrar en las personas que nos rodean y que no creen en Cristo Jesús. Las personas que no son creyentes y que además no quieren creer, expresan su rechazo manteniendo una actitud obstinada y terca reafirmando su resistencia a creer en el mensaje de Cristo Jesús.
En la primera lectura (Ez 2, 2-5), Yahweh hace saber al profeta Ezequiel que entiende perfectamente que el pueblo es terco y obstinado. El pueblo de Israel había decidido apartarse de los mandamientos de Dios. Ante los reiterados llamados que hacía el Señor por medio de los profetas, el pueblo manifestaba su negativa sea de palabra que de obra. A pesar de todo ello: “A ellos te envío para que les comuniques mis palabras” (Ex 2, 4).
La terquedad y obstinación pueden adquirir diversos matices. El más evidente es expresar, mantener y reafirmarse en la negativa de creer en Cristo Jesús. El terco se negará a atender hechos y argumentos porque de esa manera podrá ignorarlos. La segunda manera de mostrarse terco y obstinado es acabar con el mensajero para no atender al mensaje. Esto suele verificarse sobre todo en el mundo de la política: ante una crítica que sea hecha a un político, éste responderá normalmente criticando a la persona que lo hizo, restando “moralidad” al mensajero.
En el Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy (Mc 6, 1-6) podemos percibir que la terquedad y la obstinación del pueblo de Israel no había desaparecido del todo. El Señor Jesús recorría su tierra, su pueblo, le hablaba a su gente. El mensaje inicial de Jesucristo era reconocer que se ha estado viviendo alejado de Dios, y es necesario volver a Dios: la conversión. Ante ellos, Jesús acompañaba su palabra con prodigios.
Aun así, muchos se negaban a creer en él.
Escuchamos en el Evangelio cómo la principal crítica que esgrimían en contra del Señor era que sabían quién era él. Lo vieron de joven, lo vieron trabajar con su padre José, lo vieron realizar actividades ordinarias, conocían a su familia. En función de esto, realizaron un extraño razonamiento: nosotros lo conocemos y sabemos quién es, ¿cómo puede hablar con tanta sabiduría y realizar estos prodigios?
Esta actitud de muchos familiares y amigos puede hacer que nos desanimemos. Pero hemos de fortalecernos con la fe y la confianza en Cristo Jesús y llevarles el mensaje, lo escuchen o no. También nuestro Señor Jesucristo experimentó la contradicción de las personas que le rodeaban y eso no se convirtió en un obstáculo para continuar su misión. De la misma manera, hemos de actuar nosotros.
No te detengas ante la obstinación y la terquedad, ante la crítica que puedan hacerte. Eso va a ser una constante en nuestra vida. Las palabras no suelen romper huesos. Las palabras tendrán el efecto en nosotros, según permitamos que esas cosas nos afecten. Confía en Jesucristo y sigue llevando el mensaje.
Que el Señor Jesús te bendiga hoy y siempre.
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