Confianza en la adversidad
Las
lecturas de la Santa Misa de hoy son un llamado de atención por una tentación
constante que sufrimos los discípulos de Cristo, especialmente en estos tiempos
difíciles. Las cosas materiales son necesarias, pero podemos dejarnos llevar
por criterios poco cristianos.
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En
la primera lectura de la Misa, tomada del libro del profeta Isaías, escuchamos
una alerta y un mensaje de consuelo. En ese momento, el pueblo de Israel se
encontraba en una situación económica difícil. Eso hizo nacer, como resulta
explicable, una especie de angustia por el futuro y una desorientación sobre
los bienes. El profeta, de parte de Dios, les llama la atención: no dejen que
la angustia por los bienes materiales les quite la paz que da la fe y la
confianza en Dios. El creyente no saca las cuentas sin Dios porque el Señor es
fiel a sus promesas. Usando una frase de los jóvenes de hoy: Dios no te va a
dejar morir. Así que no dejes de ser fiel a Dios, aunque te veas en apuros.
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El
Salmo responsorial nos recuerda el amor que Dios tiene por nosotros, obras de
sus manos. Él es generoso, basta confiar en Él: Abres, Señor, tu mano y
nos sacias de favores.
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San
Pablo nos recuerda que nuestra fe debe estar puesta en Cristo Jesús porque nos
ha mostrado sobradamente su amor. El creyente verdadero sabe que nada –ni
siquiera la penuria– puede apartarlo de ese amor que Dios nos ha mostrado
primero.
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La
bondad y la generosidad de Dios se demuestran en el relato de la multiplicación
de los panes. El Señor se vio conmovido ante la multitud que lo seguía. Los
apóstoles debieron aprender de esta ocasión puesto que, como es normal,
pensaron con los criterios humanos: le piden al Señor que despida a la gente
para que tengan la oportunidad de aprovisionarse puesto que se encontraban en
un lugar retirado de cualquier poblado. El Señor los escucha. Su respuesta los
deja descompuesto: les pide que ellos les den de comer. Nuevamente, la lógica
humana: dicen al Señor Jesús que no tienen cómo. Hacen saber al Señor la
imposibilidad material diciéndole que lo que disponen es solo para una persona
(cinco panes y dos pescados). El Señor lo sabe, y para demostrar que Dios no se
deja ganar en generosidad, pide que le traigan lo que tienen; Él se encarga del
resto.
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Después
de pedir que le dijeran a la gente que se sentara, el Señor Jesús realiza una
práctica religiosa de Israel: pronuncia una bendición. Y luego, da de comer a
todos. Éste
es un hecho que no pasa desapercibido: es el único relato de la vida de Cristo
que está en los cuatro evangelios.
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El
Señor no nos dejará abandonados. Nunca. No dejemos que las necesidades o apuros
económicos nos quiten la paz que está en Él. Hagamos lo que humanamente
podamos, del resto se encarga el Señor.
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Para
terminar: El Señor pronunció una bendición antes de distribuir los alimentos a
la multitud, siguiendo la costumbre de su época. ¿Bendices al Señor cuando vas
a comer?
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Dios te bendiga.
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