Pedro, sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

 a) Toda misión en la Iglesia exige una respuesta personal a Cristo Jesús

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En el Evangelio escuchamos como el Señor sondea a los Apóstoles sobre lo que dicen “las lenguas” sobre Él. Nada mal. De inmediato el Señor pasa al plano personal: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?

Es la pregunta siempre actual que nos hace Jesús: Para ti, ¿quién soy Yo? Dependiendo de la respuesta, será nuestra conducta. Si creemos que es un personaje más, si creemos que es alguien grande, si pensamos que es uno entre tantos dioses o si es el Único Dios y Salvador Todopoderoso. Si no lo reconocemos como Pedro como el Hijo de Dios vivo, el Mesías Salvador anunciado desde antiguo, entonces no podremos llamarnos cristianos: “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación” (Rom, 10,9-10) Sin esa fe en Jesucristo, no hay misión en la Iglesia.


b) La misión de Pedro: gobernar la Iglesia

Pedro reconoció que Jesús es el Cristo y es, además, Hijo único de Dios. Por su fe y amor en Jesús, le es confiada esa misión: tener las llaves del Reino de los cielos. ¿Qué significa eso?

El tener las llaves era un signo de gobierno sobre una casa. En la primera lectura leemos que el Señor dará a Eliacín “la llave del palacio de David sobre su hombro. Lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá”. Eliacín dispondrá todo en el palacio. Igual actuará Pedro en la comunidad de creyentes: atará y desatará. Pedro dispondrá todo lo disciplinar y lo doctrinal en la Iglesia. Y así lo reconoció la Iglesia desde el principio. Pedro –y sus sucesores– tienen como misión el gobierno de la Iglesia.

Por eso tenemos el deber moral de orar por el Santo Padre. Hoy es Francisco, en el futuro no sabremos. Pero quien sea, por ese oraremos para que guíe a todos los fieles al encuentro con Jesús, “a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén

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