Arca de la Alianza
En las lecturas de la víspera de la Asunción de la Virgen, escuchamos un relato solemne del libro de las crónicas: bajo el mando del Rey David, el Arca de la Alianza hace su entrada solemne en la Ciudad Santa, Jerusalén (1Cro 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2).
En las letanías damos el título de “Arca de la Alianza” a la Virgen María. Para comprender el origen y el fundamento, debemos acudir a la historia bíblica.
El Arca de la Alianza era un cofre que contenía las tablas de la Ley (los mandamientos que escribió Dios mismo “con su dedo”) y otras cosas de gran valor para Israel. Sobre el Arca descansa la presencia de Dios. El pueblo la llevaba consigo donde iba, David la llevó a Jerusalén y Salomón la introdujo en el Lugar Santísimo del Templo de Jerusalén.
Como creyentes, sabemos perfectamente que María llevó en su vientre a Dios mismo. La presencia de Dios descansaba en Ella, al igual que el Arca de la Alianza. El relato del libro de la Crónicas narra la entrada del Arca en la Ciudad Santa. Hoy celebramos que María, en cuerpo y alma, entra en la Jerusalén del Cielo. Hoy María goza de la plenitud de la felicidad celestial.
Hay un detalle que como creyentes debemos considerar: María era libre. Ella, libremente, decidió cumplir la Voluntad de Dios. No lo hizo obligado. Además de los dones y privilegios que Dios Padre le concedió, Ella supo corresponder a la gracia y al llamado de Dios, tal como escuchamos en el Evangelio de la víspera.
María gozaba de una familiaridad con la Palabra, como deja constancia el Magnificat que escuchamos en el Evangelio. Por su fidelidad, la llamamos Bienaventurada todas las generaciones (Lc 1, 18)
Así como María alcanzó la meta, estamos llamados a hacerlo nosotros. Si Ella pudo, nosotros también. La Asunción de la Virgen es un signo de firme esperanza de ser felices eternamente con Jesucristo. A Él la gloria, el honor y poder, por los siglos. Amén.
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