La verdadera felicidad
La felicidad es uno de los
grandes temas personales, casi un común denominador de la historia de todos los
hombres. Todos, absolutamente todos, buscan ser felices. No hay excepciones.
Ahora bien, la diferencia entre las personas se encuentra en lo que cada uno
cree que es la felicidad.
Para muchos la felicidad se
encuentra en el dinero, para otros en el fiesta y en el desorden, para otros en
la vida fácil, otros piensan que en la política, otros en el sexo, otros en el
alcohol.
En la Sagrada Escritura el
mensaje es claro: sólo en Dios se logra la verdadera y plena felicidad.
Decía un filósofo que la
felicidad es la alegría del alma por la posesión del bien. Es cierto que cada
ser humano es feliz en la medida en que va obteniendo una serie de bienes que
van satisfaciendo paulatinamente sus necesidades. El punto es, y si quieres
piénsalo bien, que cuando obtenemos el bien que necesitamos o deseamos, una vez
obtenido, es cierto, nos sentimos felices, pero después esa felicidad
desaparece.
Los seres humanos nos ilusionamos
de tal manera que podemos llegar a perder la paz del alma y creemos que podemos
remediar “las tristezas” con otras cosas materiales. Y el resultado es
inevitable: la desilusión. Así, en la primera lectura de la Misa el profeta
dice de parte de Dios: «Maldito quien
confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del
Señor». En cambio: «Bendito quien
confía en el Señor y pone en el Señor su confianza». En el Evangelio,
escuchamos a Jesús recitar las bienaventuranzas. No quiere decir que los
pobres, los hambrientos o los que lloran tienen garantizado el Reino de los
cielos, sino que ellos, a pesar de sus carencias, han sabido no apartarse de
Dios. Tampoco les dice que Dios les procurará el remedio a todas esas
carencias: cada uno debe hacer lo suyo para obtenerlo. Dios le da de comer a
las aves del cielo, pero no les lleva la comida al nido: ellos tienen que salir
a buscarla.
Que quede claro: las cosas no nos
alejan de Dios, es el hombre que apegándose a ellas se aleja. No es el revólver
el que comete un delito sino quien lo usa para cometerlo.
Por eso, hoy y durante esta
semana, pregúntate:
- ¿Me doy cuenta de que la verdadera felicidad la encuentro solo en Dios?
- ¿Acaso pienso que la felicidad la obtendré poniendo mi confianza en la política, en los bienes materiales o en los placeres?
- ¿En qué cosas mi corazón encuentra un obstáculo para acercarme a Dios?
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