¡Habla, profeta!


Desde el momento en que fuimos bautizados, fuimos hechos uno con Cristo “Sacerdote, Profeta y Rey”. Somos discípulos de Cristo, somos también profetas.

En la primera lectura de la Misa de hoy escuchamos el mensaje de Dios a Jeremías en donde le hace saber que lo ha elegido como profeta.  La misión del profeta no es predecir el futuro, sino llevar un mensaje de parte de Dios. Dios conmina al profeta a llenarse de ánimo y a llevar en mensaje. Ciertamente, Dios no le oculta que no le será fácil, pero no ha de tener miedo por eso: “Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte” (Jer 1, 19)

En el Evangelio escuchamos cómo el Señor dice a sus paisanos que Él sabe que, aunque reconozcan que es un profeta, no le van a escuchar. Dicho de otro modo, les hizo saber que tenían el corazón endurecido y no podían recibir el mensaje de parte de Dios. Eso hizo llenar de ira a los que le escuchaban.

Los paisanos de Jesús reclamaban de Él que hiciera los milagros y prodigios que habían oído que realizó en otras tierras, pero no porque querían creer, sino porque buscaban una satisfacción personal. Ese “buscar una satisfacción o provecho personal” es lo que se llama interés. Sin entrar en mayores consideraciones, el interés suele ser la primera causa por la cual muchos proyectos se arruinan: sean religiosos, sean sociales, políticos, etc.

En la vida del cristiano, el interés o el deseo de obtener exclusivamente un provecho personal vacía de sentido totalmente la religión. La persona no busca a Dios, se busca a sí mismo, y al no obtener de manera inmediata lo que quiere: se desilusiona, se siente vacío y esa sensación se las transmite a los demás, pero no como una desilusión personal sino como una vaciedad de la religión, lo cual no es cierto en ningún caso.

No obstante no quieran escuchar el mensaje de parte de Dios, el profeta debe hablar, debe dar el mensaje. A pesar de que no nos quieran escuchar, debemos llevar el mensaje. Cuando los discípulos de Cristo renuncian a su vocación de profeta, renuncian a llevar el mensaje, la sociedad se convierte en “permisiva”, es decir, deja rienda suelta a cualquier clase de conducta licenciosa.

Probablemente pienses que no te van a escuchar, que hablarán de ti, que te van a apartar. Eso no debe preocuparte. Lo que debe preocuparte es lo que diga Nuestro Señor. No importa que no quieran escucharte: Habla, lleva el mensaje. Eres profeta de Dios.

Que Dios te bendiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo