La libertad del corazón
Una de las cosas que el mundo de
hoy no logra entender es el hecho de que agobiarse por tantas cosas hace que el
corazón viva atado. Una persona así no resulta que sea libre para amar. Ni a
Dios ni a los hombres.
En muchísimas ocasiones habremos
escuchado (quizás, hayan vivido) que personas llegan a tener el corazón lleno
de ira, de rencor, de tristeza que pierden la cordura. Maltratan a sus
familias, pierden fuerzas y salud en sus afanes. Al final, con el paso del
tiempo, esas personas se dan cuenta que perdieron muchas experiencias porque
estaban enceguecidos.
Las lecturas de la Santa Misa de
este domingo nos invitan a considerar este aspecto de nuestra vida cristiana.
Los discípulos de Cristo Jesús hemos de ser conscientes del esfuerzo que
tenemos que hacer para tener un corazón libre. Un corazón lleno de resentimientos
y de preocupaciones no es libre para amar a Dios y a los demás.
En la primera lectura (1 Sam 26, 2-23)
David, que se encontraba huyendo del Rey Saúl, ordena a un soldado (que le hizo
ver la oportunidad de liquidar a su enemigo) que no lo tocara. Intentó, por el
contrario, buscar el entendimiento con el Rey haciéndole saber que tuvo la
oportunidad de hacerle daño pero que no lo hizo.
En el Evangelio de nuestra Misa (Lc
6, 27-38) el Maestro, sirviéndose del lenguaje propio de los israelitas, invita
a sus discípulos a que eviten cualquier tipo de confrontación y que, apartándose
de los criterios del mundo, den testimonio de misericordia. Misericordia que no
es lástima, que no es limosna. Misericordia es amor en acción, buscar el bien
de quien más lo necesita (física o espiritualmente). Además, el Señor nos
invita a liberar el corazón de sentimientos malos: “Sed compasivos como vuestro Padre
es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis
condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará” (Lc 6,
36-38).
Hoy es una buena ocasión para
pedir a Nuestro Señor la liberación de nuestro corazón de cualquier resentimiento
o cualquier dependencia, y que sane en nosotros cualquier herida o rastro que
hayan podido dejar en nuestra vida.
Que el Señor Jesús nos bendiga.
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