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Mostrando entradas de 2017

La Corrección fraterna, una manera de amar al prójimo

Hoy las lecturas de la Misa nos invitan –a todos sin excepción– a que perdamos el miedo a corregir. De hecho, es un mandato divino corregir al que está equivocado o al que lleva su vida por mal camino. Las razones son muy sencillas: 1) En la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos, San Pablo nos invita a cumplir el mandamiento del amor al prójimo. Hoy, en el Evangelio, el Señor nos enseña una forma de cumplir este mandamiento: Corregir al que está equivocado (al que va por mal camino). Si amamos al prójimo, entonces buscaremos no solo no hacerle mal, sino que procuraremos su mayor bien. Alejarlo del mal es una manera de amar. 2) Somos también responsables de la vida y salvación de los demás: “ Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida. En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, mor

En la Iglesia no hay extranjeros sino fieles

En la historia de la salvación, la relación del Pueblo de Israel con los extranjeros ha sido muy variada. Inicialmente, los extranjeros eran rechazados porque resultaban un peligro para la fe, aunque hubo excepciones como Rahab o Rut. Después del exilio en Babilonia, muchos extranjeros manifestaron su admiración por la religión de Israel algunos llegaban a la conversión y otros, al menos, respetaban sus prácticas religiosas. De hecho, después del exilio, los mensajes de los profetas tenían un marcado tinte universalista: la salvación es para todo aquel que quiera cumplir la Voluntad de Dios Todopoderoso. Así lo escuchamos en la primera lectura: “ A los extranjeros… los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración ”. Es toda una invitación a la reconciliación, rompiendo odios y prejuicios. Si el Señor no hace distinción para brindar su salvación, el Pueblo de Israel tampoco debe hacer distinción. Ahora bien, esa pertenencia al Pueblo de Dios no

Discípulos y misioneros

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Hace unos diez años, la Conferencia de Obispos de América Latina y del Caribe reunida en Aparecida, Brasil, propuso el camino para la Iglesia de esta tierra en la clave de discípulos misioneros: Todos los cristianos católicos debemos reconocer, aceptar y vivir que estamos en constante aprendizaje del Maestro; al mismo tiempo, el Maestro nos pide que vayamos a contar a los demás nuestra experiencia del encuentro con Él. En el relato del Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy es el de la Transfiguración del Señor. En él escuchamos el mandato en la voz del Padre: : “ Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo ”. La escucha es la actitud propia del discípulo (Is 50, 4). El mandato del Padre es pues, estar atento a lo que el Maestro Jesús nos enseña, camino de salvación, de redención, de felicidad y de encuentro. Por otra parte, está la invitación del Señor de ir a anunciar a los demás las maravillas del Señor, normalmente después de un en

El discernimiento

            El pasaje del evangelio de hoy nos presenta unas imágenes del Reino de los cielos o Reino de Dios, que es algo tan valioso que vale la pena dejar todo para formar parte de él, como un tesoro escondido en un campo o una perla de gran valor.                 A ese Reino estamos invitados todos, pero al final, el Señor sabrá distinguir entre quienes forman verdaderamente parte del Reino, porque hicieron su opción por él, y los que no forman parte y nunca lo hicieron porque no supieron entregar su corazón a Jesucristo. Tal como hace un pescador que separa los peces buenos de los peces malos después de una gran pesca.                 Los valores del Reino –la enseñanza de Cristo Jesús– son eternos. No pasan. Están vigentes con el paso del tiempo. Son principios que podemos y debemos aplicar en las diversas circunstancias de la vida. Ese mensaje está en la Biblia, está en la tradición que custodia la Iglesia desde hace unos dos mil años. Solo queda que cada uno de nosotr

Sacúdete lo que digan los demás

Todos los seres humanos tenemos un deseo, mayor o menor, de ser perfectos y de aparecer así a los demás. En ese particular, hay algunos que son más perfeccionistas que otros. Hay casi un denominador común: a nadie le gusta que otras personas hablen mal injustamente de sí mismo. Los que han decidido seguir a Cristo Jesús tienen el propósito serio de hacer las cosas bien. Quieren agradar a Jesús con la propia vida y quieren hacer lo mejor posible todo. Se toman en serio el papel de ser ejemplo y testimonio ante todos, creyentes o no, del seguimiento a Cristo. Sin embargo, hay algo para lo cual no está nadie preparado. Es inevitable que otras personas hablen de nosotros. Por múltiples razones. Hay personas que tienen un placer morboso de arruinar la felicidad y la buena fama de otros. Hay personas que destrozan la buena fama de los demás, solo para ellos quedar bien o infundir miedo en la población. Hay personas que el buen ejemplo de otros les resulta un reproche, y pa

Dar razón de nuestra esperanza (1Pe 3, 15)

En la segunda lectura de nuestra Santa Misa de hoy, escuchamos un pasaje de la primera carta de San Pedro. El primer Papa escribe consciente de su misión de confirmar en la fe a todos sus hermanos de todos los tiempos. Hoy, la Iglesia propone para nuestra consideración un consejo válido siempre, que además debe ser la actitud perenne del creyente: estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. ¿En qué espero? ¿En qué confío? En que si permanezco fiel a Jesucristo, Él me concederá la vida eterna. ¿Cómo muestro ser fiel? Ya escuchamos la respuesta en el evangelio de nuestra Misa: El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama . Aceptando los mandamientos de Jesús y cumpliéndolos. Es la consecuencia lógica y necesaria de aceptar a Jesús como mi Salvador y mi Señor. La adversidad suele ser la excusa mayor por la cual las personas dejan de ser fieles al Señor. Resulta más cómodo para las personas abandonar la fe en Cristo Jesús, por la que nos llamamos cristianos, y s

Acérquense a Jesucristo (1Pe 2,4)

En la segunda lectura, tomada de la primera carta del Apóstol San Pedro, hace un llamado, perenne por demás, a acercarnos a Jesucristo. Él es el objeto de mayor valor al que podemos aspirar puesto que es “ rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios ”. Ciertamente, hay algo que no podemos negar: Jesucristo no es del aprecio de la mayoría de los hombres porque un encuentro con Él hace que cambiemos. Y los hombres no son muy proclives al cambio. La primera consecuencia del encuentro con Jesús es la vida. Ya escuchamos en el evangelio de la Misa de hoy que Jesús es el camino, la verdad y la vida. Él es la vida. Solo que no en el sentido que podamos entenderlo el día de hoy (algo como signos vitales o como capacidad de rumbear, o algo así). Esa no es la vida que nos ofrece Cristo Jesús: nos ofrece la vida eterna, nos ofrece una nueva manera de vivir, nos ofrece una nueva manera de ver el mundo, nos ofrece la felicidad verdadera como la genuina manera de vi

La imagen del Buen Pastor

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Ya en el Antiguo Testamento se encuentra la imagen del Señor como pastor del pueblo de Israel. Tal vez la representación más elocuente sea el salmo 23 (22) que escuchamos en las lecturas de la Santa Misa de hoy: El Señor es mi pastor, nada me falta . La imagen tiene una enseñanza doble: la primera, que el Señor Jesús es guía segura de su pueblo; la segunda, que nosotros, sus ovejas, debemos ser dóciles a la guía de Jesús. Jesús es la guía segura para la Iglesia : La Iglesia tiene un elemento que la identifica: la fidelidad a Jesucristo. En el momento en que la Iglesia o uno de sus miembros se apartan de la doctrina segura de Jesucristo, deja de estar en comunión con Él. Jesucristo es el Dios hecho hombre que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. En el Evangelio de la Misa de hoy escuchamos lo que dice Jesús: “ Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes que yo, son ladrones y bandidos; pero mi

Las incongruencias del gobierno

Maduro convoca a una constituyente con unos objetivos. Esa misma convocatoria, por sus considerandos, es inconstitucional. La razón es simple: los fines de una Asamblea Constituyente son: 1) transformar el Estado, 2) crear un nuevo ordenamiento jurídico y 3) redactar una nueva Constitución. Por el carácter originario, la Asamblea Nacional Constituyente no puede tener límites. En la mente del convocante, lo que quiere es una reforma constitucional, y eso es tarea de la Asamblea Nacional, tal como lo establecen los aa. 342-345. ¿Por qué es una reforma constitucional? Simplemente porque no quiere los fines de la Constituyente sino los siguientes, de acuerdo al decreto: ·          El perfeccionamiento del sistema económico nacional. ·          Constitucionalizar las Misiones y Grandes Misiones Socialistas. ·          La ampliación de las competencias del Sistema de Justicia. ·          Constitucionalización de las nuevas formas de la democracia participativa

La inmensa riqueza de la Palabra

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En el Evangelio de hoy escuchamos como Cleofás y con otro discípulo, después de reconocer a Jesús, dijeron: ¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras! De igual manera, San Pedro en el discurso que escuchamos en la primera lectura, cita la Sagrada Escritura. Es un elemento necesario en nuestra vida como creyentes. No debemos olvidar que la Biblia, la Sagrada Escritura o la Palabra de Dios escrita es una fuente inagotable de riqueza. En la intensión de Dios de revelarse, inicialmente la Palabra de Dios se transmitía de manera oral. Es muy común leer en el Antiguo Testamento la frase “ como el Señor dijo a nuestros padres ”. Con el paso del tiempo, Dios escogió e inspiró a algunos hombres para que pusieran parte de ese mensaje por escrito. Es así como nace la Sagrada Escritura. En ella no solo se narra el designio y la historia de la salvación, sino que también encontramos enseñanzas y palabras que nos ayudan en nuestra vid

Domingo de la Divina Misericordia

Porque ustedes tienen fe en Dios, él los protege con su poder, para que alcancen la salvación que les tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos. Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo. Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego. (1Pe 1, 5-7) La salvación consiste en vernos libres de todo mal. Sin duda alguna, el mal más grande es el pecado que rompe la amistad con el Señor. Vernos libres del pecado es la obra de amor más grande que el Señor ha hecho con nosotros. Cristo nos libera del pecado con el perdón: la fuerza redentora de su muerte y resurrección alcanzó la satisfacción. Es por ello que, una vez resucitado, Jesús concede a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados en su nombre: “ Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdo

No siempre la voz del pueblo es la voz de Dios

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Este es el único día del año en que se pueden leer dos lecturas del Evangelio. El primero, nos relata la entrada de Jesús a Jerusalén. El segundo, las últimas horas de Jesús sobre la tierra: desde la última Cena con sus apóstoles hasta su crucifixión y muerte en cruz. Los dos pasajes del Evangelio que escuchamos hoy en nuestra Santa Misa nos muestran cuán volubles pueden ser nuestras emociones. En el primer Evangelio escuchamos cómo el pueblo de Israel que se encontraba en Jerusalén para las fiestas de Pascua, alabó la entrada de Jesús en la ciudad Santa: “ ¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo! ”. Ese mismo pueblo, unos días después, reunidos en el Enlosado, con Pilatos al frente, pidió la libertad de Barrabás. «Pilato les dijo: “ ¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías? ” Respondieron todos: “ Crucifícalo ”. Pilato preguntó: “ Pero, ¿qué mal ha hecho?” Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: “¡Cr