Domingo de la Divina Misericordia
Porque ustedes tienen fe en Dios, él los protege
con su poder, para que alcancen la salvación que les tiene preparada y que él
revelará al final de los tiempos. Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora
tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe,
sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de
la manifestación de Cristo. Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro,
y el oro se acrisola por el fuego. (1Pe 1, 5-7)
La
salvación consiste en vernos libres de todo mal. Sin duda alguna, el mal más
grande es el pecado que rompe la amistad con el Señor. Vernos libres del pecado
es la obra de amor más grande que el Señor ha hecho con nosotros. Cristo nos
libera del pecado con el perdón: la fuerza redentora de su muerte y
resurrección alcanzó la satisfacción. Es por ello que, una vez resucitado,
Jesús concede a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados en su nombre: “Reciban
el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados;
y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
La
salvación que Jesús nos ofrece no nos hace exentos de todo mal. La adversidad y
el sufrimiento forman y formarán parte de nuestra vida. Con la gracia de Cristo
podemos vencer la adversidad y dar un sentido nuevo a los momentos de dolor. Es
un momento de prueba en la que podemos y debemos aprovechar para redimir
nuestras faltas, para purificar nuestras intenciones y para salir fortalecidos
en nuestra voluntad de seguir y servir al Señor.
San
Pedro utiliza la imagen –conocida en su época– de la purificación del oro. El
oro, a veces, viene con escoria. El orfebre o el metalúrgico sometían al trozo
de oro al fuego para que el calor eliminara la escoria y quedase el oro puro.
El objeto es claro: su
fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día
de la manifestación de Cristo.
Jesús
nos ama y porque nos ama, nos perdona. Ésa es la manifestación más grande de su
misericordia. Por eso, confiamos en Él siempre y en el momento de la
adversidad.
Señor
Jesús, Señor de la Misericordia, en ti confiamos.
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