La Corrección fraterna, una manera de amar al prójimo

Hoy las lecturas de la Misa nos invitan –a todos sin excepción– a que perdamos el miedo a corregir. De hecho, es un mandato divino corregir al que está equivocado o al que lleva su vida por mal camino. Las razones son muy sencillas:
1) En la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos, San Pablo nos invita a cumplir el mandamiento del amor al prójimo. Hoy, en el Evangelio, el Señor nos enseña una forma de cumplir este mandamiento: Corregir al que está equivocado (al que va por mal camino). Si amamos al prójimo, entonces buscaremos no solo no hacerle mal, sino que procuraremos su mayor bien. Alejarlo del mal es una manera de amar.
2) Somos también responsables de la vida y salvación de los demás: “Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida. En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”. Si esa persona forma parte de la Iglesia porque ha recibido el bautismo, entonces es hermano nuestro. Hay una responsabilidad mayor. Nuestro Señor así nos enseña: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano”.
Hoy Satanás –el enemigo– se está apuntando un éxito: hoy muchos cristianos han dejado de lado la Palabra y han puesto otras frases por encima de su Voluntad Santísima: “Vive y deja vivir”; “Cada quien puede hacer lo que quiera”; “No te metas en problemas”. Todo esto para no llevar a la práctica la corrección fraterna.
Hoy existe una tendencia a cambiar la Palabra de Dios, por palabra humana. Precisamente, por dejar de lado la Palabra, el mal se extiende justo delante de nuestras narices. Y no hacemos nada.
Hoy se ponen muchas excusas. Algunas absurdas como “no sabes quién te está grabando o si agarra alguna cosa tuya para hacer brujería”. ¡Qué falta de fe! Se ignora cuánto dolor se inflige al Sagrado Corazón de Jesús cuando se pone en duda su omnipotencia.

Si queremos que los cristianos influenciemos sobre nuestra sociedad, entonces perdamos el miedo a corregir: es un mandado divino. Así pondremos nuestro grano de arena para hacer de nuestra sociedad una sociedad mejor y una Iglesia mejor.

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