No es cuestión de opiniones
Una
de las críticas que los políticos han hecho a la Iglesia Católica en los
últimos años es su oposición al divorcio. Opinan y exigen estos políticos que
la Iglesia debería adecuarse a los tiempos y cambiar de posición. Olvidan estos
políticos ignorantes que la Iglesia no debe su acción a las opiniones de los
hombres, sino a la fidelidad a la palabra de Jesucristo.
En
el Evangelio de hoy hemos escuchado lo que ha sido la Voluntad de Dios desde el
inicio: “desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos
una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que
Dios unió, que no lo separe el hombre”.
La
Iglesia no es “intransigente”. La Iglesia reconoce que hay circunstancias en
las que la convivencia no es posible.
En esos casos, la Iglesia aconseja la
posible separación por el bien de las personas, tal como lo dice San Pablo: “En cuanto a los casados, les doy esta orden, que no es mía sino del
Señor: que la mujer no se separe de su marido. Y si se ha separado de él, que
no se vuelva a casar o que haga las paces con su marido. Y que tampoco el
marido despida a su mujer”. Ciertamente, puede suceder –y sucede– que en la vida matrimonial hay
circunstancias que hacen imposible la convivencia, entonces, es mejor
separarse, pero, no por eso desaparece el vínculo matrimonial. Ésta es la razón
por la que la Sagrada Escritura dice que no es libre el hombre o la mujer
separada de contraer matrimonio con otra persona (Mc 10, 10-11). Mientras no
conviva con otra persona, puede acceder a los sacramentos normalmente.
La Iglesia
también reconoce que hay matrimonios aparentes, es decir, que existe una o
varias razones por las que un matrimonio no es válido. Eso debe ser probado en
el modo establecido por la Iglesia.
Sin duda
alguna, la institución matrimonial hoy sufre fieros ataques y desde muchos
ámbitos. Los medios de comunicación quieren transmitir un modelo de vida que
dificulta la vida matrimonial al promover la infidelidad y la mentalidad
divorcista. Otros sujetos que se llaman a sí mismos “librepensadores” promueven
un género de vida que no aprecia el compromiso y la entrega, sino la irresponsabilidad
y el libertinaje sexual. Otros grupos quieren destrozar el modelo matrimonial
querido por Dios por otras formas de convivencia aberradas. Finalmente, la
misma comunidad o sociedad: se ha creado una subcultura que aleja los valores y
ve el amor como simple atracción sexual, promoviendo también conductas
irresponsables.
No es fácil el
papel de la Iglesia. No resulta cómodo. Igual que Jesús en su tiempo. El que un
grupo que se autodenomina “la mayoría” no esté de acuerdo con el modelo divino
de matrimonio, no quiere decir que es la Voluntad de Dios la institución
matrimonial.
Recemos
por nuestras familias y por nuestros amigos. Que Dios les bendiga.
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