La Palabra y nuestra vida



El jueves pasado comenzó en la Iglesia Católica un año dedicado a la fe con motivo de los 50 años del comienzo del Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Con este Año de la Fe, el Santo Padre quiere invitar a que cada quien redescubra el origen de su propia fe, la confronte con la Palabra y lleve a los demás la alegría de seguir a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.
Nuestra fe nace de una adhesión personal a Jesús. Habiendo conocido el mensaje de salvación, la Palabra, cada quien decide seguir a Jesús mediante la trasformación de la propia vida.
En algunas ocasiones, esa decisión es firme y no obstante todas las dificultades,
esa persona se mantiene firme en la profesión y confesión de la propia fe. En otras ocasiones, esa decisión no es firme y convencida: no dice que no, pero tampoco es un sí definitivo. En ese particular, dice el Papa Benedicto XVI: “El cristiano no debe ser tibio. El Apocalipsis nos dice que este es el más grande peligro del cristiano: que no diga que no, sino un sí muy tibio. Esta tibieza desacredita el cristianismo”
En todo caso, cada cristiano debe estar en un camino constante de confrontar su vida con la Palabra. El mensaje de salvación es eterno, sabio y divino. Como escuchamos en la segunda lectura de la Misa de hoy: “La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas” (Heb 4, 12-13)
En el confrontarnos con la Palabra siempre encontraremos cosas que nos llegan al corazón por múltiples motivos: por su santidad, por su belleza, porque nos da consuelo o porque nos invitan a cambiar. No hagamos que la inmensa riqueza de la Palabra vaya en saco roto.
Todos debemos hacer el propósito de poner nuestra vida frente a la Palabra. Acudamos a ella: leamos aunque sea un capítulo cada día, especialmente los Evangelios. Bebamos de esa fuente de salvación. Vayamos moldeando nuestra vida según el querer de Cristo Jesús.
Ése será nuestro mejor testimonio: vivir como quiere Jesús. Ése será nuestro mejor respaldo a nuestras palabras: te hablo porque yo lo vivo.
Que Nuestro Señor Jesucristo, la Palabra hecha carne, derrame sus bendiciones sobre nosotros todos los días de nuestra vida.

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