Y tú, ¿quién dices que soy Yo?
Ésta es la pregunta con la que el Señor interpeló a
sus Apóstoles después de sondear lo que decían los otros. Y allí se hizo
adelante Pedro.
La fe –ya lo hemos repetido hasta la saciedad– no se
trata de un simple reconocimiento intelectual, de saber, de tener noticias. La
fe es algo más profundo y más comprometedor.
Afirmar que se cree en la Divinidad de Jesucristo
implica afirmar también que Dios nos ha hablado y su Palabra permanece para
siempre. No cabe pues un relativismo en la observancia de sus palabras.
Ya desde los inicios de la Iglesia hubo una especie de
enfrentamiento entre los que decían que no era necesario hacer tanto cuanto
creer en Jesús, y los que decían que la fe en Jesús conlleva asumir una nueva
vida, dejando atrás todo lo que nos aleja de Dios.
Santiago es consciente de ese enfrentamiento y le pone
punto final: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?” Y llega hasta hacer
un reto: “Tú tienes fe y yo tengo obras.
A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te
demostraré mi fe”.
El cristiano –el creyente en Cristo Jesús– debe asumir
con integridad el mensaje de salvación del Dios hecho hombre. Eso implica
sacrificios en el sentido de tener que andar en contra de la corriente, sufrir
incomprensiones hasta de la propia familia y tener que asumir con paciencia
contrariedades. Así el profeta Isaías pone como ejemplo al Siervo de Yahweh,
como escuchamos en la primera lectura.
El Señor confirma esta exigencia después de regañar a Pedro: “El
que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que
me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su
vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Hoy la vida moderna plantea nuevos retos, nuevas situaciones,
a las que los cristianos debemos dar respuesta desde nuestra fe. Entonces,
digamos como el Siervo de Yahweh: “Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién
luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”.
Mostremos no solo con nuestras palabras nuestra fe en
Cristo Jesús. El Señor te pregunta hoy y todos los días: “Tú, ¿quién dices que
soy Yo?”
Que Dios te bendiga.
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