El obstáculo
Hoy las lecturas de la Misa nos invitan
a considerar una verdad tan grande como una catedral: el principal obstáculo
para dar frutos de vida eterna es cada uno de nosotros. Seguir a Jesús, vivir
como quiere Jesús, necesita solo un requisito: la libertad. Libremente cada
quien pone en práctica el mensaje del Señor. Es nuestro amor propio el
principal obstáculo para vivir como cristianos.
Santiago, en su carta, deja en evidencia
que son las pasiones del hombre las causas de las luchas y conflictos:
“¿De
dónde vienen las luchas y los conflictos
entre ustedes? ¿No es, acaso, de
las malas pasiones, que
siempre están en guerra dentro de
ustedes? Ustedes codician lo
que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden
alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra”. El libro de la Sabiduría pone en boca de los malvados sus intensiones
ante el justo que los deja en evidencia: “Tendamos
una trampa al justo, porque nos molesta
y se opone a lo que hacemos;
nos echa en cara nuestras
violaciones a la ley, nos
reprende las faltas contra los
principios en que fuimos educados”. Quieren asechar al justo porque solo su conducta es
motivo de considerar su mala actuación.
El Señor, en el Evangelio, regaña a los
Apóstoles porque discutían entre sí quién era el mayor entre ellos. Les dice
que no debe ser así: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos”. Propone como modelo la
sencillez y el desinterés de los niños.
El amor propio es el principal
obstáculo. San Agustín lo dijo en una de sus obras, La Ciudad de Dios, con unas
lindas palabras: Así que dos amores fundaron dos ciudades; es a saber: la terrena, el amor
propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial, el amor a Dios,
hasta llegar al desprecio de sí mismo. La primera puso su gloria en sí misma, y
la segunda, en el Señor; porque la una busca el honor y gloria de los hombres,
y la otra, estima por suma gloria a Dios, testigo de su conciencia.
¿Las causas del amor propio? La
soberbia, el orgullo, la vanagloria, la codicia, etc. ¿El remedio? Humildad y
sencillez ante el Señor. Éstas las alcanzamos con la oración, la meditación de
la Palabra del Señor, el examen de conciencia y con la práctica de la confesión
y comunión frecuente.
Pongamos el remedio para no poner
obstáculos a la vida cristiana.
Dios te bendiga.
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