Te hizo a ti
Hay un relato simpático que traigo a
colación. Una persona piadosa, en su camino, vio a un niño desnutrido pidiendo
limosna. Quedó fuertemente impresionado que fue a la Iglesia más cercana, se
arrodilló delante del Sagrario y le dijo a Jesús: “Señor, acabo de ver a un
niño pidiendo limosna. ¿Cómo puede ser que ese niño esté en esas condiciones?
¿Acaso, Señor, no piensas hacer nada?”. Después de un breve silencio, esa
persona escuchó una voz que salía del Sagrario que le decía: “Te hice a ti”.
Las lecturas de hoy nos recuerdan la
predilección que tiene Nuestro Señor por aquellos que carecen de bienes. Y en
esto hay una llamada de atención.
En el Antiguo Testamento, Dios había
diseñado por medio de Moisés un sistema para que en el Pueblo de Israel nadie
careciera de lo mínimo necesario para vivir, además de prohibir la usura y
hacer recaer las maldiciones de Yahweh sobre aquel que se aprovechara de las
personas en necesidad.
Las circunstancias han cambiado, la
sociedad en la que vive la mayoría de las personas no es una sociedad rural,
pero las necesidades de algunas personas siguen igual. Lo que no debe cambiar es la actitud de los creyentes en Cristo Jesús
por aliviar las penurias de los más necesitados. Y el Señor nos urge,
puesto que será objeto del juicio final (Mt 25,31-46)
La actitud de ayuda se mueve en tres
actividades diversas. Una, imprescindible, es la oración. Pedir a Dios que a
nadie falte el pan de cada día y pedir que se aleje de los corazones el egoísmo
es un deber.
Las otras dos actividades son más
materiales. La primera, disponibilidad de tiempo. Siempre hay excusas para
quien no quiera hacer algo, pero hay que ser sinceros: siempre se puede
encontrar tiempo para Dios. Es casi seguro que cerca de nosotros habrá quien
esté enfermo o quien esté solo. Dedicar una pequeña parte de nuestro tiempo
para visitarlos, escucharlos o atenderlos no es difícil y eso no quedará sin
premio por parte del Señor.
La segunda actividad material es,
precisamente, nuestro aporte (económico o en bienes). El materialismo egoísta
hace que veamos como “necesarios” bienes que no lo son (teléfonos, ropa,
arreglos en uñas y cabellos, licor) acaso solo para impresionar a gente que no
nos importa. Bien se podría hacer un sacrificio, desprendernos generosamente de
esas “necesidades” y destinarlos para la ayuda de los que verdaderamente están
necesitados.
Es fácil caer en la diatriba de dejar a
Dios la responsabilidad de atender a los pobres y necesitados. Eso sería de
ignorantes porque Dios ha dejado claro que actúa a través de mediaciones
humanas. Si Él mismo proveyera directamente a las necesidades de los hombres,
no tendríamos un Dios sino un esclavo omnipotente al servicio de unos egoístas
que se olvidan que somos la familia humana y que omiten deliberadamente que la
mayor parte de los males de los hombres los hemos causado nosotros mismos.
En otras palabras, para atender a las
necesidades de los hombres, Dios nos hizo a nosotros.
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