La fe y la vida



Desde hace muchos  años, la Iglesia viene alertando sobre un peligro que se cierne sobre la Iglesia. Ese peligro lo llaman “divorcio entre la fe y la vida”. Este peligro tiene una doble manifestación.
La primera manifestación de este divorcio es el no cumplir la Voluntad de Dios con el pretexto de que cada quien puede interpretarlo a “su manera” y que basta solo “muy de cuando en cuando” ir a Misa. Esto es muy grave, porque bien sabemos que la fe si no se vive es muerta, y si no se lleva a la práctica es engañarse, porque a Dios no se le puede engañar. Este llamado de atención lo hace la pluma incisiva de Santiago: “Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos”. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que este divorcio es causa de que muchos no crean en el mensaje de Cristo.
La segunda manifestación de este divorcio es la introducción y sustitución de la verdadera fe por otras prácticas que no tienen nada que ver con la verdadera fe y voluntad de Dios. Este último reclamo lo hace Nuestro Señor en el pasaje del Evangelio de hoy: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”. Hoy por hoy, los venezolanos somos especialistas en esto. Hoy muchos usan amuletos, usan el rosario como un collar, tienen la Biblia en casa abierta en un determinado salmo, tienen un altar con cualquier cantidad de imágenes y se sienten mal si no le ponen una vela cada día, se ponen una franela con una frase bíblica, pero... ¡se olvidan de cumplir los mandamientos de Jesús! ¡Se olvidan de Jesús en su día, el domingo! ¡Se olvidan de orar, alabar y bendecir a Dios!. Y así lo enseñan a los hombres.
El punto fundamental es saber qué tenemos en el corazón. Si tenemos a Jesús, como el buen árbol, daremos frutos buenos, pero, si tenemos el corazón henchido del mal entonces nuestras obras nos delatarán: “lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.
Purifiquemos el corazón y evitemos a toda costa el divorcio entre la fe y la vida. Medita el salmo 14 y esperemos ser gratos a los ojos del Señor.
Que Dios te bendiga.

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