¿Y por qué no dispone desde ahorita?
Hoy, junto con toda la Iglesia, celebramos la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, rey del universo. Todos los creyentes en Cristo Jesús reconocemos, como dice la Sagrada Escritura, que todo está y estará bajo su poder. Ahora, podríamos hacernos la pregunta: Si todo está bajo su poder ¿por qué no comienza a mandar desde ahorita? ¿Por qué no evita tanto mal en el mundo?
Es una pregunta válida y la respuesta correcta no siempre es del agrado de todos o es aceptada por todos. Para poder comprenderla es necesario entender dos cosas.
En primer lugar, el reinado de Cristo no es como los reinos de este mundo, como lo escuchamos en el Evangelio de Nuestra Santa Misa (Jn 18, 33b-37). El reinado de Cristo es especial: el Señor es rey de aquellos que lo aceptan como tal. Un corazón en el que no hay lugar para Cristo Jesús, no forma parte del Reino de Dios. Por eso, cuando nos encontramos con algunas personas que intentan culpar a Cristo o a Dios Padre de los males del mundo, ellos tendrán que responder antes a esa pregunta: ¿Ellos aceptaron a Cristo Jesús como su Salvador y su Señor?
Y, en segundo término, hay que poner las cosas en su justa perspectiva: uno de los dones más grandes que nos ha dejado el Señor es la libertad. Esa capacidad de autodeterminarnos a la búsqueda del bien puede verse también oscurecida. Algunos pueden pensar que actuando mal están buscando un bien “legítimo”. Las decisiones equivocadas de las personas que agreden, matan, roban, extorsionan o hacen cualquier tipo de mal, tienen como único responsable a la persona que libremente los ejecuta. La culpa no es de Nuestro Señor.
Si nosotros no fuésemos libres, sino que actuáramos de manera autómata, no seríamos libres. Tampoco nuestro actuar tendría mérito porque no lo hacemos libremente, sino que lo hacemos de manera automática. Así nuestra actividad no tendría ningún tipo de valor.
Hoy, en la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, rey del universo, hemos de recordar que el Señor será nuestro Rey solo si yo lo acepto y hago la ofrenda de mi inteligencia y mi corazón al Camino de salvación que nos ha dejado. Si lo hago libremente y dejo que mi vida corra por sus caminos, entonces todo lo que yo haga valdrá mucho a los ojos de Dios. Si, por el contrario, alejo mi corazón de sus caminos, todo lo que yo haga no solo valdrá nada, sino que además haré mucho daño a los demás. Y seré yo el único responsable de ese mal.
Que en esta solemnidad de Cristo Rey pueda yo decir: A Él, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.
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