El poder de la fe

 Uno de los argumentos que algunos pensadores ateos usan para ridiculizar la fe fue propuesto por un matemático y filósofo inglés llamado Russell: la fe es como creer que hay una tetera dando vuelta en el espacio, nadie la ve, pero como nos la han repetido desde hace años que está allí, lo aceptamos como verdadero, aunque no hay evidencia de ello.

Sin entrar a considerar lo ridículamente absurdo de esta alegoría, el punto de partida fundamental por el que está mal ese ejemplo es el hecho de que la fe no significa creer en algo absurdo. Lo esencial de la fe es el significado que da a la vida del creyente. Por mucho que una persona pueda creer que hay una tetera dando vueltas en el espacio, eso no va a significar algo importante en la vida de una persona. En cambio, la fe en Cristo Jesús es otra cosa.

La fe no es sólo aceptar la existencia de Dios o la realidad de que Cristo Jesús es Dios y hombre verdadero. La fe es esencialmente la consecuencia de aceptar la existencia de Dios o de reconocer a Cristo Jesús como nuestro Salvador y Señor.

Si creo en Cristo Jesús como el Dios hecho hombre, entonces debo reconocer que cuando Jesús habla es Dios quien me habla. Y si el mensaje de Cristo me propone una nueva forma de vivir, entonces aceptar a Cristo Jesús es ya dar un significado diferente a todo lo que hacemos. Cualquier cosa que hagamos vale la eternidad. Eso es la fe.

Ahora bien, esa fe puede conocer un momento de oscuridad. La duda puede asaltarnos y de esta manera influir en nuestra vida. Eso fue lo que le ocurrió a Tomás, como escuchamos en el Evangelio de hoy. La tristeza de haber perdido al Maestro había sembrado la duda en su corazón ante el testimonio de sus hermanos. El Señor mismo le hace salir de la duda y le deja una recomendación válida para todos los hombres de todas las épocas: no sigas dudando, sino cree.

Es casi seguro que a lo largo de nuestra vida viviremos situaciones que hará que nuestra fe flaquee y que reconocer a Jesucristo no sea para nosotros una prioridad. En esos momentos hemos de escuchar la voz del Señor que nos dice: no sigas dudando, sino cree.

La resurrección de nuestro Señor Jesucristo es sin duda el acontecimiento más importante y fundamental de nuestra fe porque si Cristo Jesús no ha resucitado nuestra fe carece de sentido (1Co 15, 14). Creemos en un Dios que vive y da sentido a todo lo que hacemos y a todo lo que vivimos: las alegrías y las tristezas, las esperanzas y las frustraciones, los gozos y los dolores. Y es por eso que todo ayuda al creyente para hacer crecer la fe en Cristo Jesús (Rom 8, 28).

Este Domingo de la Divina Misericordia es una ocasión más que propicia para recordar que el amor de Dios hacia mí (eso es misericordia) es tan grande que hace que mi vida tenga un sentido nuevo y que pueda exclamar hoy y siempre: Señor mío y Dios mío.

Que la fe en Cristo Jesús llene de bendiciones nuestra vida.


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