La imprescindible espiritualidad
En la lectura del Evangelio de nuestra Santa Misa dominical (Jn 15, 1-8) escuchamos una imagen que el Maestro se atribuye a sí mismo: Jesús es la vid verdadera.
La vida de los ramajes dependerá exclusivamente de su unión y vinculación con la vid: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. El pasaje de hoy repite con frecuencia el verbo permanecer.
Una parte importante (la más importante, sin duda) es el trato personal y efectivo con Cristo Jesús. Eso se llama espiritualidad: dejar que el alma se informe de la gracia, el mensaje y la vida de Cristo Jesús. Sin eso, aunque puede un cristiano creer en Cristo, su vida será infructífera.
Hoy como desde hace muchos años, existe el peligro de pensar que el buen cristiano es quien participa en todas las actividades de la parroquia: encuentros, convivencias, reuniones de planificación, charlas… y no es así. De hecho, sin el trato con Cristo (sin vida espiritual) todas esas actividades no sirven de nada. De hecho, lo que puede pasar es que estemos realizando actividades sin alma.
La espiritualidad, el trato con el Señor, la vida interior, la vida de oración… son diversos nombres que recibe la voluntad efectiva del creyente de tener un vínculo sólido con Cristo. Ese vínculo se realiza en la oración, en la adoración, en la meditación de la Palabra, en la recepción de los sacramentos, en el ejercicio de la caridad. “Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí”.
La historia de la Iglesia y la vida de los cristianos ha estado marcada con la perenne tentación de hacer cosas, pero olvidarse de Cristo Jesús. Todos en mayor o en menor medida nos hemos encontrado en la disyuntiva de dedicar un rato al Señor o destinar nuestro tiempo “a cosas más importantes”. Al final, nos quedaremos vacíos si optamos por poner otras cosas por encima de Cristo Jesús. Hablaremos de un Jesús sin pasión ni unción. Al final, haremos más daño a la causa de Cristo.
Como seguidores de Cristo, hemos de tener la fortaleza de espíritu para dedicar el tiempo necesario para nuestra espiritualidad. Tiempo para orar, tiempo para meditar la Palabra, tiempo para adorar a Cristo Jesús, tiempo de calidad para amar, para recibirlo en la Eucaristía, recibir su perdón en la confesión... Solo si tenemos fuego en el corazón podremos encender los corazones de otros.
Purifiquemos el corazón de criterios mundanos: No hay nadie ni nada más importante que Cristo Jesús. Así que permanezcamos unidos a Él sin buscar razones para dejarlo aparte. Que permanezcamos unidos al Señor y podamos dar mucho fruto.
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