¿Qué podemos aprender de la parábola de los talentos?

 El talento era una unidad monetaria que se usaba en la antigüedad. No era una moneda, sino que era una medida para indicar un número de monedas o su equivalente en plata. Un talento equivalía a unos 32 kilos de plata o al salario de 17 años de trabajo. Todavía hoy sería bastante dinero.

El uso de este término por parte del Señor en el Evangelio ha introducido un significado nuevo en el idioma: cuando hoy se habla de talento se refiere a las capacidades que muestra una persona para desarrollar una determinada actividad. Ésta es la razón por la cual cuando escuchamos a un joven cantando decimos que tiene talento, o cuando alguien posee destrezas para resolver ciertas situaciones se dice que tiene un talento especial.

De este pasaje del Evangelio de Jesús (Mt 25, 14-30) nos deben quedar claros algunos puntos:

1) Todos –quien más, quien menos– hemos recibido del Señor algunos talentos. Que otros no lo sepan o no lo valoren no tiene nada que ver. Es suficiente que lo sepamos nosotros. Ese “talento” no necesariamente es algo tangible, puede ser el don de escuchar, de aconsejar, resolver situaciones o hasta de cocinar muy bien.

2) Cada “talento” que nos ha dado el Señor es una riqueza que no debemos quedárnosla. No tiene sentido. El Señor nos la ha dejado para que podamos poner nuestro “grano de arena” para hacer de este mundo un mundo mejor. Si nos lo quedamos o lo usamos solo para nuestro provecho estaremos alejándonos de la Voluntad del Señor.

3) No será ninguna excusa ante Nuestro Señor el que teníamos poco que dar. Lo poco que creamos que el Buen Dios nos ha concedido debemos ponerlo a disposición de los demás.

El Señor quiere que demos lo mejor de nosotros para el bien. Entonces, podremos ser merecedores del premio que Dios nos promete: entrar en la alegría del Señor. Si no hacemos lo que Cristo Jesús nos pide, entonces, no podemos pretender ser merecedores de la felicidad eterna.

Cuando el Maestro nos llame –cuando sea– que podamos presentarle lo mejor de nuestra vida y escuchemos de Él: 'Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor'.

Bendiciones para todos.

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