No se inquieten por nada
No cabe duda que las lecturas de este domingo están dirigidas a explicar una imagen frecuente en la Sagrada Escritura: la viña. Esta imagen era usada con frecuencia para referirse al pueblo de Dios. Imagen que queda muy clara en la primera lectura y en el salmo responsorial.
En el Evangelio (Mt 21, 33-43) Nuestro Señor Jesucristo se sirve de esa imagen para hacer saber a los sumos sacerdotes y a los ancianos de Israel que por no haber sido fieles a la misión que Dios les había encomendado ellos ya no serían la guía del pueblo. Dios ha destinado que serán otros quiénes guiarán al pueblo de Dios, es decir, harán efectivo el reinado de Cristo.
Sin embargo, quiero distraer tu atención sobre unos detalles accesorios del relato del Evangelio y que nos pueden ayudar en nuestro día a día. El pasaje del Evangelio comienza diciendo que el Señor se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Nuestro señor Jesucristo se estaba dirigiendo a los líderes religiosos y también políticos de Israel. Y a ellos les dirige una parábola y luego les hace una crítica muy fuerte.
Nuestro Señor Jesucristo les recrimina que ellos habían puesto su interés personal por encima de la misión que Dios les había encomendado. En lugar de servir al pueblo, se sirvieron de él para sus objetivos personales. El haber alterado la jerarquía de valores trajo como consecuencia que se estaba perdiendo la dimensión religiosa del pueblo y se estaba convirtiendo más bien en facciones político religiosas. Eso era la causa de que el pueblo de Dios no estaba produciendo los frutos personales que el señor esperaba de ella
Nuestro Señor Jesucristo se sirve de una parábola, pero les hace una crítica frontal. No cabe duda que de ello podría devenir consecuencias inclusive en contra de su propia vida, pero eso no fue ningún obstáculo para que el Señor cumpliera con su misión.
Ese hablar valiente del señor se denomina parresía. La diferencia con la crítica mordaz está en el objetivo: la búsqueda del bien. Nuestro Señor Jesucristo habla con mucha claridad, pero no para humillar a las personas sino para moverles a cambiar de vida. Refugiarse en el temor por las consecuencias posibles por corregir a las personas que tienen a su cuidado a una parte del pueblo de Dios no es propio de los seguidores de Cristo. Callarse es procurar tácitamente el mal de la Iglesia.
Ciertamente no es lo mismo la injuria o detracción que la parresía. El que injuria o expone defectos y males del otro en público lo hace porque quiere causar un daño. Mientras que la persona que corrige a una autoridad en la Iglesia debe hacerlo siempre por la búsqueda del bien de ese hermano y el bien de toda la comunidad.
Actuemos con parresía. No es nuestra seguridad personal sino el bien de la Iglesia el que debemos buscar. No dejemos que el temor nos inquiete y actuemos con parresía por el bien de toda la iglesia.
Que el Dios de la paz esté con nosotros siempre.
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