No podemos engañar a Cristo Jesús

 El pasaje del Evangelio que nos presenta la Santa Misa de hoy (Mt 22,15-21) nos enseña uno de los atributos principales de nuestro Señor Jesucristo. No es otra cosa que el poder que Él tiene para conocer las intenciones del corazón. Por eso es imposible engañarle

Nosotros los hombres podemos juzgar según las apariencias, pero el Señor mira más allá: ve el corazón (1Sam 16,7). Por eso nuestro Señor Jesucristo no se deja convencer con las lisonjas que le presentan los partidarios del Rey Herodes. El Maestro descubre que ellos no quieren saber la verdad, sino que le están tendiendo una trampa proponiendo una pregunta capciosa sólo para encontrar algo con qué condenarlo.

Eso es un defecto bastante común en nuestra época: las personas suelen oír para contestar y no escuchar para comprender. Eso trae como resultado el que se vayan creando bandos con trincheras ideológicas.

Cristo Jesús, Dios sabio, aprovecha cualquier ocasión para enseñar. A los emisarios de los herodianos y fariseos les dice que saben que mienten y les llama hipócritas. Después les descubre que sabe perfectamente que quieren tenderle una trampa, y finalmente, la lección magistral: tener diferencias con la autoridad secular no implica un conflicto con la relación con el Señor.

El Maestro se sirve del principio de estricta justicia: dar a cada quien lo que le corresponde. Y al gobernante hay que darle lo que merece, y a Dios hay que darle lo que es debido. Y es una máxima perfecta para todos.

Por eso, una de las cosas que más duele al Señor es la hipocresía religiosa: querer presentarse ante Dios como los perfectos e inmaculados, siendo perfectamente lo contrario. A Nuestro Señor no le molesta que nos reconozcamos ante Él como pecadores (al contrario, es el principio de la salvación) sino que pretendamos presentarnos como justos sin serlo.

Debemos dar al Señor lo que es de Él: el honor, la gloria, la alabanza… Y nuestro tiempo. Es curioso como las personas quieren dedicar tiempo para todo, menos para el Señor.

Seamos sinceros en nuestro trato con Cristo Jesús, que redundará en mucho bien para nuestra alma. A Él no podemos engañarle.

Bendiciones para todos.

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