Los hechos dicen más...

Hoy, las lecturas de nuestra Santa Misa, en especial el pasaje del Evangelio, nos invitan a reflexionar sobre un elemento esencial en la vida de todo creyente. No es otra cosa que el testimonio.

Desde el inicio de la vida pública del Señor, y también en la predicación de los Apóstoles, el mensaje del Evangelio proclamaba la necesidad del testimonio. No ha sido ni será suficiente una fe abstracta, sino que ha sido y será necesario el testimonio de los creyentes. Dicho sea de paso: es la mejor forma de acreditar nuestra palabra específicamente cristiana.

Solo con la vivencia de los valores del Evangelio que nos enseña Jesucristo para nuestra salvación podremos nosotros lograr que el mundo cambie. Y es lo que nos enseña el Maestro en el pasaje del Evangelio de hoy (Mt 5, 13-16): somos la sal de la tierra, somos nosotros quien debemos dar sabor a nuestra sociedad. Somos la luz del mundo, nuestra misión es iluminar con nuestra vida todas las realidades humanas.

El objeto del testimonio no es otro que hacer que los demás hombres puedan percibir cómo la fe en Cristo Jesús puede cambiar para bien nuestra vida y hacer de este mundo un mundo mejor. Y el primer paso para el testimonio es la conversión tal como lo escuchamos en la primera lectura de hoy (Is 58, 7-10): “Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”.

La Iglesia ha venido alertando en los últimos tiempos cómo la falta de testimonio (al que se le da el nombre de divorcio entre la fe y la vida) repercute negativamente en el trabajo de evangelización. Si una persona que dice creer en Cristo lleva una vida absolutamente reprochable, envía un mensaje contradictorio a la comunidad. De la misma manera esa corrupción es más dañina cuanta más relevancia tenga la persona que debe dar testimonio: por eso la falta de testimonio de los gobernantes y de los ministros de la Iglesia suponen un gran daño al mensaje de Cristo.

Hoy de una vez por todas debemos alejar de nuestra mente y de nuestro corazón el criterio de que actuamos mal porque “todo el mundo lo hace”. No es una razón suficiente el que alguien robe, mienta, ofenda, amenace o haga daño a otra persona simplemente porque “todo el mundo lo hace”. De esa manera no solo estamos haciendo ineficaz la Palabra de Cristo Jesús sino que además estamos convirtiendo nuestra sociedad en un infierno. Ni una ni otra son una opción para el cristiano.

Puede ser que un creyente en concreto tenga muchas dificultades para expresar de palabra su fe en Cristo Jesús. Pero el esfuerzo que hace por proclamar con sus labios el nombre de Jesús se verá enriquecido con el testimonio de su vida porque siempre los hechos son más elocuentes que las palabras, el testimonio de vida siempre dirá más que las propias palabras, aunque éstas siempre son necesarias.

Que el Señor Jesús nos conceda la fortaleza de espíritu para ser sal de la tierra y luz del mundo.

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