El mismo musiú con diferente cachimbo...

 En Venezuela solemos usar esa frase para decir que algo se repite con ligeras diferencias. Algo similar podemos nosotros reflexionar después de escuchar la lectura del Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy (Mt 4, 1-11).

Hoy en el pasaje del Evangelio escuchamos cómo el demonio aprovechando una circunstancia especial en la vida del Señor después de 40 días de ayuno se acerca a Él para intentar hacerle fracasar en su misión. Este pasaje se ve llama las tentaciones de Jesús en el desierto.

La primera tentación que presenta el demonio tiene que ver con vender como “más importante” la satisfacción de las necesidades materiales. El demonio, percibiendo el esfuerzo que hace el Maestro por llevar una vida austera y de penitencia en el desierto, cree que Jesús cederá a la tentación de renunciar a la voluntad de Dios Padre por la oferta de pan. El Señor le responde haciéndole saber que nada será más importante que la salvación de la propia alma: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.

La segunda tentación tiene que ver más con la pobreza de pensamiento. El demonio cree que el Señor está obligado a mostrar siempre su poder incluso cuando no es necesario. La tentación del show y del espectáculo. Es tal vez el argumento de los idiotas que siempre se hacen las preguntas equivocadas: si Dios es tan grande y tan poderoso ¿por qué…? Si el Señor hubiese cedido a esta tentación algunos pensarían que podría haberle callado la boca al demonio, cuando en realidad Jesucristo estaría siendo la voluntad de Satanás. Es por eso que el criterio más seguro en todo momento no es el de demostrar nada sino el de cumplir la voluntad de Dios: No tentarás al Señor, tu Dios.

Finalmente, la tentación del poder junto el demonio le ofrece al Señor facilitarle las cosas. Si Jesucristo quiere ser el rey del mundo no hace falta una vida con un proyecto con esfuerzo y sacrificios, sino que es mucho más sencillo postrarse ante él y dejarle el control de todo. Es la tentación del facilismo: la ley del mínimo esfuerzo, del argumento de para qué hacer las cosas de este modo si podemos hacerlas más fácil y más baratas. El asunto es que el “efectismo”, en este caso, implica renunciar al verdadero sentido de todo: hacer que Dios, nuestro Señor, esté en el centro de todo. Haber facilitado las cosas, habría tenido como consecuencia práctica el que Satanás estaría al centro de todo: Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo servirás.

Si Jesucristo fue objeto de tentaciones también lo somos nosotros. No nos van a faltar circunstancias situaciones y personas que quieran mover nuestro ánimo a apartar el corazón de Jesucristo. Pero Jesucristo también nos da la solución. Cito al Papa: “Con el demonio no se dialoga”. Es recurrente la idea hoy de que siempre es posible tratar de cambiar las cosas o de vencer al demonio en un terreno donde él nos gana en experiencia. Simple y llanamente es mejor marcar terreno de por medio en contra de la tentación: Retírate, Satanás.

Que el Señor Jesús nos conceda discernir todas las situaciones y podamos identificar cuándo el demonio quiere hacernos apartar el corazón de la voluntad de Cristo Jesús. Que sepamos, entonces, vencer la tentación sabiendo poner en primer lugar el trato con Dios y no los bienes materiales; que renunciemos al facilismo que nos aleja de Dios y sepamos huir de la tentación de dejar a Dios a un lado con la excusa inexistente de que es mejor así.

Dios nos bendiga.

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