Y tú, ¿quién dices que soy Yo?
Ésta es la pregunta con la que el Señor interpeló a sus Apóstoles después de sondear lo que decían los otros. Y allí se hizo adelante Pedro (Mc 8, 27-35).
La fe –ya lo hemos repetido hasta la saciedad– no se trata de un simple reconocimiento intelectual, de saber, de tener noticias. La fe es algo más profundo y más comprometedor.
Afirmar que se cree en la Divinidad de Jesucristo implica afirmar también que Dios nos ha hablado y su Palabra permanece para siempre. No cabe pues un relativismo en la observancia de sus palabras.
Ya desde los inicios de la Iglesia hubo una especie de enfrentamiento entre los que decían que no era necesario hacer tanto cuanto creer en Jesús, y los que decían que la fe en Jesús conlleva asumir una nueva vida, dejando atrás todo lo que nos aleja de Dios.
Santiago es consciente de ese enfrentamiento y le pone punto final: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?” Y llega hasta hacer un reto: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
El cristiano –el creyente en Cristo Jesús– debe asumir con integridad el mensaje de salvación del Dios hecho hombre. Eso implica sacrificios en el sentido de tener que andar en contra de la corriente, sufrir incomprensiones hasta de la propia familia y tener que asumir con paciencia contrariedades. Así el profeta Isaías pone como ejemplo al Siervo de Yahweh, como escuchamos en la primera lectura (Is 50, 5-9). El Señor confirma esta exigencia después de regañar a Pedro: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Hoy la vida moderna plantea nuevos retos, nuevas situaciones, a las que los cristianos debemos dar respuesta desde nuestra fe. Entonces, digamos como el Siervo de Yahweh: “Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”.
Mostremos no solo con nuestras palabras nuestra fe en Cristo Jesús. El Señor te pregunta hoy y todos los días: “Tú, ¿quién dices que soy Yo?”
Que Dios te bendiga.
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