El diablo y las tentaciones del Señor
Las
lecturas de la Santa Misa de hoy deben llevarnos a una reflexión sobre dos
aspectos: la habilidad del demonio y las tentaciones del Señor en el desierto.
En
el fondo, la tentación es una acción del demonio de presentarnos lo malo como
bueno, y lo falso como verdadero. Y el demonio es un especialista en eso. Se
aprovecha de una debilidad que tenemos todos: una cierta inclinación hacia el
mal ayudado con la posibilidad de error.
En
la primera lectura, el demonio comienza con una afirmación engañosa: «¿Conque
Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?» (Gn 3, 1). Ése fue
el comienzo de todo un discurso erróneo que llevó a Eva a transgredir la única
prohibición que le hizo nuestro Señor.
Cuando
Jesús, después de estar cuarenta días en el desierto, sintió hambre, el demonio
lo tienta. Tal vez podamos pensar: ¿qué tiene de malo que si Dios tiene hambre,
convierta unas piedras en pan para comer? Visto de esa manera, nada. Pero si
nos preguntamos: ¿Está bien que Jesús haya cedido ante una pretensión del
demonio? ¿Está bien que Jesús se hubiera saltado la voluntad de Dios solo “para
cerrarle la boca al diablo”? ¿Está bien que Jesús cediera ante el demonio por
satisfacer su hambre, o mostrar su gloria o tener el dominio de todos los
reinos de la tierra?
El
demonio actúa de forma similar con los hombres. Nunca nos presentará algo malo
como malo: siempre nos hará ver que hay algo bueno, porque de lo contrario no
cederíamos a la tentación.
Las
tres tentaciones están programadas fundamentalmente para distorsionar el plan
que Jesús había escogido. El demonio le prospecta un falso mesianismo hecho de
milagros clamorosos, como transformar piedras en pan, lanzarse de lo más alto
del Templo con la certeza de ser salvado, conquistar el dominio político de las
naciones.
Primera
tentación:
es la tentación de olvidarse de Dios –de su Palabra, de Cristo– ante la
urgencia del pan. Es el chantaje que ejercen sobre nosotros las necesidades
primarias para que renunciemos a los valores auténticos y a la vida del
Espíritu.
Jesús
rechaza las tentaciones, diciendo no a la fácil prosperidad material, porque lo
primero que hay que buscar es el reino de Dios y su justicia (Mt 6, 33).
Segunda
tentación:
es la tentación de la magia, del espectáculo, del “milagrito”, de la
superstición. Es pretender plegar la Voluntad Divina a la propia, convirtiendo
a Dios –a Jesús– en una especie de títere o alguien sin importancia. Según
esto, no importa cumplir la Voluntad de Dios sino la propia.
Jesús
rechaza las tentaciones, diciendo “no” a la ambigua popularidad obtenida por el
milagro espectacular porque no se debe instrumentalizar a Dios en provecho
propio.
Tercera
tentación:
es la tentación del poder, del dominio, del endiosamiento a toda costa. Es la
tentación de la adulación y del dejarse someter como vía para surgir y
ascender. Es la materialización del egoísmo, de la soberbia, del olvido de
Dios: con tal de obtener lo que se desea, se llega a adorar al mismísimo
demonio.
Jesús
rechaza las tentaciones, diciendo no a la ambición del poder temporal, porque
la verdadera liberación nace del corazón.
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Jesús manifiesta su ser
de Hijo de Dios no en la posesión, en la exhibición de poderes y dominios, sino
en el servicio humilde, en el don de sí mismo, en la cruz. ¡Qué rica enseñanza
es esta página del Evangelio para todo cristiano!
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