¡Con un corazón libre!
Continúa este domingo el pasaje del Sermón de la Montaña (Mt 5) y hemos
de prestar atención a la cátedra del Señor. En el pasaje del Evangelio de hoy
la enseñanza del Maestro es específica y profunda.
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Parte de la intención de la enseñanza de Jesús es la de purificar el mandato divino de añadiduras humanas. En múltiples ocasiones, el Maestro recrimina a los fariseos y a los escribas el que ellos dan más importancia a sus tradiciones que al mandato divino. Y efectivamente ese riesgo lo tenemos nosotros hoy: un buen número de cristianos cometen el error malvado de creer más “a lo que dice la gente” que al mensaje de salvación que nos ha dejado Jesucristo.
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De hecho, el Maestro da la correcta interpretación al pasaje llamado “ley del talión” (Lv 24, 18-20; Dt 19, 21). El “ojo por ojo, diente por diente” era una norma por la que las autoridades del pueblo impartían la justicia para evitar la anarquía en Israel. Los israelitas la habían convertido en una excusa para la venganza. En ese particular el Maestro invita a superar cualquier rencor o resentimiento que pueda envenenar el alma y para ello se sirve de una imagen exagerada: “si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos” (Mt 5, 39 – 41).
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De igual manera, el Maestro purifica el mandato divino de las enseñanzas humanas. De hecho, el Maestro cita el “así dicen por ahí”: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” (Mt 5, 43). La última parte es un añadido humano, porque, como escuchamos en la primera lectura, el Señor pedía santidad a su pueblo y para ello debían apartarse del mal: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19, 18). El cristiano debe tener claro en la mente y en el corazón que la guía es la palabra de Cristo, no palabra humana: no es lo que diga el mundo, sino lo que enseña Jesús.
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No cabe duda que la intensión del Señor es enseñarnos a mantener nuestra alma libre de cualquier veneno de rencor, venganza, odio, ira y resentimiento. El creyente debe poner todo su esfuerzo por tener un corazón libre para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.
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El norte de nuestra vida es ser santos porque el Señor Jesús, nuestro Dios, es Santo.
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Dios te bendiga.
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Parte de la intención de la enseñanza de Jesús es la de purificar el mandato divino de añadiduras humanas. En múltiples ocasiones, el Maestro recrimina a los fariseos y a los escribas el que ellos dan más importancia a sus tradiciones que al mandato divino. Y efectivamente ese riesgo lo tenemos nosotros hoy: un buen número de cristianos cometen el error malvado de creer más “a lo que dice la gente” que al mensaje de salvación que nos ha dejado Jesucristo.
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De hecho, el Maestro da la correcta interpretación al pasaje llamado “ley del talión” (Lv 24, 18-20; Dt 19, 21). El “ojo por ojo, diente por diente” era una norma por la que las autoridades del pueblo impartían la justicia para evitar la anarquía en Israel. Los israelitas la habían convertido en una excusa para la venganza. En ese particular el Maestro invita a superar cualquier rencor o resentimiento que pueda envenenar el alma y para ello se sirve de una imagen exagerada: “si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos” (Mt 5, 39 – 41).
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De igual manera, el Maestro purifica el mandato divino de las enseñanzas humanas. De hecho, el Maestro cita el “así dicen por ahí”: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” (Mt 5, 43). La última parte es un añadido humano, porque, como escuchamos en la primera lectura, el Señor pedía santidad a su pueblo y para ello debían apartarse del mal: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19, 18). El cristiano debe tener claro en la mente y en el corazón que la guía es la palabra de Cristo, no palabra humana: no es lo que diga el mundo, sino lo que enseña Jesús.
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No cabe duda que la intensión del Señor es enseñarnos a mantener nuestra alma libre de cualquier veneno de rencor, venganza, odio, ira y resentimiento. El creyente debe poner todo su esfuerzo por tener un corazón libre para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.
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El norte de nuestra vida es ser santos porque el Señor Jesús, nuestro Dios, es Santo.
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Dios te bendiga.
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