La hipocresía religiosa



Uno de los tantos litigios que el Señor tuvo con los fariseos, y con los judíos en general, era la falta de correspondencia entre lo que aparentaban y los que en realidad eran. Eso es una enfermedad del alma. Esa enfermedad se llama “fariseísmo” o hipocresía religiosa.

En la primera lectura de hoy, Moisés invita al pueblo a seguir de corazón los mandamientos del Señor (Dt 4, 1-2.6-8), mandamientos que no podremos conocer sin una actitud de escucha de la Palabra: “Acepten dócilmente la Palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa Palabra y no se limiten a escucharla, engañándose ustedes mismos” (Stgo 1, 17-18. 21-22. 27)

En el salmo 14 tenemos un elenco de cómo vivir la Voluntad de Dios:
¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

El hombre que procede honradamente y obra con justicia;
el que es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia.
Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino;
quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al  Altísimo.
Quien presta sin usura y
quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes,
ése será agradable a los ojos de Dios eternamente.

Finalmente, en el evangelio de la Misa (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23) escuchamos la enseñanza del Maestro: no es lo que entra en el hombre lo que lo hace impuro, sino lo que sale del corazón.
Para entender este pasaje: en el antiguo testamento se establecían unas normas de pureza ritual: eso significa si podían participar con el resto del pueblo en las actividades del culto. Pureza – impureza, es lo mismo que pecado/gracia. Los judíos lo habían convertido en algo puramente externo: en hacer o no hacer.
Y el Maestro pone las cosas en orden: la maldad (fuente del pecado, de la impureza) sale del corazón, no viene impuesto desde fuera. Porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre.

Digamos NO a la hipocresía religiosa. Vivamos nuestra fe con el corazón y desde el corazón.

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