DESTIERREN DE USTEDES LA ASPEREZA, LA IRA, LA INDIGNACIÓN, LOS INSULTOS, LA MALEDICENCIA Y TODA CLASE DE MALDAD (EF 4, 31)



Es relativamente fácil dejar que el corazón se llene de cualquier cantidad de sentimientos malos. Y esos sentimientos tienen la particularidad de tener el efecto “bola de nieve”: con el paso del tiempo, esos sentimientos se hacen cada vez más grandes.

Todo cristiano debe saber que debe tener el corazón libre de sentimientos malos (resentimientos) porque de lo contrario, no podrá amar a Dios sobre todas las cosas, ni al prójimo como a sí mismo. Es así. De hecho, leemos en las páginas del Evangelio según San Mateo una invitación a cumplir a cabalidad el mandamiento de Dios evitando encolerizarnos con el hermano, insultarle, buscando el modo y la manera de reconciliarnos con él (Mt 5, 21–26)

El corazón lleno de rencor, odio, venganza… no deja espacio a la acción del Espíritu Santo. Llena y envicia el corazón de tal manera que no deja que podamos cumplir los mandatos de Cristo Jesús. Además, nos desgasta y puede llegar a enfermarnos: es como llevar un morral de piedras en la espalda y o agarrar una brasa ardiendo en la mano.

Perdonar no es fácil. Desterrar esos sentimientos del corazón no resulta una empresa fácil, pero no es imposible. Lo primero es pedirle al Señor la gracia de perdonar, que libere el corazón de toda atadura de resentimientos. Con la gracia del Espíritu Santo, hacemos el propósito de olvidar. No es una receta mágica, es un ejercicio de vida cristiana que deberemos repetir cada vez que sea necesario.

Resulta útil el ejercicio en la oración de ver dentro del corazón el mal que nos hace llevar esos resentimientos. Ver lo autodestructivo que son puede ayudarnos a liberar el corazón.

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