Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo (Ef 4, 23-24)




            La carta a los Efesios resulta una especie de catecismo básico para los cristianos del s. I. San Pablo recuerda a todos los creyentes las cosas más fundamentales: la acción omnipotente de Jesucristo que nos ha reportado la salvación, salvación que es para todos, judíos o no, y que nos ha hecho un solo pueblo construyendo un vínculo de unidad: una solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre.
            San Pablo recuerda también la actitud fundamental del creyente en Cristo Jesús: si aceptamos a Cristo, si hemos hecho de Él nuestro Señor, entonces no podemos vivir como personas paganas. Si aceptamos a Cristo renunciamos al pecado; si aceptamos a Cristo, nos apartamos del mal vivir. Con el bautismo hemos hecho una ruptura con el hombre viejo (el viejo yo) y aceptamos vivir como el hombre nuevo en Cristo (el nuevo yo).
            ¿Cómo hacer esa transformación? ¿Cómo poner en práctica esa conversión a la que nos invita Cristo Jesús? La respuesta: Dejen que el Espíritu renueve su mente. Esa renovación de la mente tiene una palabra en griego: metanoia.
            El punto de quiebre está en que si yo acepto a Cristo como mi Salvador no puedo seguir pensando como antes. No puedo prenderle una vela a Dios y una al diablo. No puedo decir que acepto los mandamientos de Cristo y sigo cometiendo los mismos pecados. ¡Eso es un absurdo!
            Aunque resulte absurdo, muchos viven hoy en ese absurdo y lo defienden. Han cambiado la Palabra de Cristo por palabra humana. No puede nadie llamarse cristiano y no vivir los mandamientos de Cristo Jesús.
            El cristiano debe aprender a dejarse guiar por el Espíritu Santo. Y el primer requisito es no amoldarse a los criterios del mundo. Un creyente no debe dejarse guiar por el criterio de “todo el mundo lo hace”. ¡No! El criterio del creyente es: lo que enseña Cristo Jesús.
            El segundo requisito es tener la firme voluntad de conducir nuestra vida en justicia y santidad. Justicia en la Biblia es vivir con corrección, apegado a la Voluntad de Dios. Santidad es la dedicación de nuestra vida a Dios. El creyente ha de tener la firme voluntad de cumplir los mandamientos y en especial el de amar a Dios sobre todas las cosas: sobre la novela, el partidito de béisbol, sobre la fiesta, la rumba, la parrilla, la playa, el dominó, el paseo, el cine. De lo contrario, no podremos decir que vivimos en justicia y santidad.
            Pidamos al Santo Espíritu de Dios que nos guíe en el camino de conversión: dejémonos renovar y revistámonos del nuevo yo en justicia y santidad. ¡Jesús nos bendiga!

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