Dios no aprecia las migajas
Desde los
inicios de la humanidad según la Biblia, ha existido la mezquindad para con
Dios. Dios se ha encargado de hacer saber que no aprecia que le den el
“sobrado” o lo que no nos causa incomodidad. En el sacrificio de Caín y Abel,
Dios acepta el de Abel porque ofreció las primicias de su trabajo (lo primero
para Dios) y no el de Caín que simplemente ofreció algunos frutos de la tierra
(Gn 4, 3-5)
Cuando se
instaura en el culto de Israel los sacrificios a Dios, Dios establece los
criterios con claridad: “Cuando alguien ofrezca vacuno como sacrificio de
comunión, ya sea macho o hembra, ofrecerá un animal sin defecto” (Lev 3, 1).
Cuando se dejaba de lado esta exigencia del Señor, Él mismo la reclama: “El
hijo honra a su padre; el servidor respeta a su patrón. Pero si yo soy padre,
¿dónde está la honra que se me debe? O si yo soy su patrón, ¿dónde el respeto a
mi persona?...
Esto es lo que Yavé de los Ejércitos quiere saber de ustedes,
sacerdotes que desprecian su Nombre. Ustedes dirán: «¿En qué hemos
menospreciado tu Nombre?» Miren, ustedes presentan sobre mi altar alimentos
impuros. Ustedes seguramente replicarán: «¿En qué te hemos profanado?» Lo han
hecho cuando han pensado que la mesa de Yavé no merece respeto. Cuando ustedes
traen para sacrificarla una bestia ciega, o cuando presentan una coja o
enferma, ¿creen que actúan bien? Llévasela al gobernador a ver si queda
contento o si te recibe bien, dice Yavé de los ejércitos” (Mal 1, 6-8). De
igual manera, cuando se preocupan más por el bienestar personal que por la
gloria del Señor: “Así es cómo Yavé habló por medio del profeta Ageo, y les
dijo: «¿Cómo es posible que ustedes se queden en sus casas bien construidas,
mientras esta Casa es un montón de escombros?» Pues bien, Yavé de los Ejércitos
les dice: «Examinen cómo van sus asuntos: ustedes han sembrado mucho, pero han
cosechado poco; han comido, pero se han quedado con hambre; han bebido, pero han
seguido con sed; se han vestido, pero no estaban bien abrigados. Y el obrero
pone el dinero que ha ganado en un bolsillo roto. Piensen en lo que hacen” (Ag
1, 3-7)
Hay personas a
quienes Dios les pide acciones heroicas como la viuda de Sarepta, como lo escuchamos
en la primera lectura de la Misa de hoy. A todos los demás, Dios nos pide
acciones ordinarias: saber dedicarle a Nuestro Señor nuestra vida no lo que nos
“sobra”. El reclamo que hace el Señor es cuando se vive para las apariencias.
Critica a los fariseos que creyéndose los mejores, lo hacen solo para que los
ojos y las alabanzas de los hombres. No buscan a Dios, se buscan a ellos
mismos.
De igual manera,
ante la ofrenda de la viuda, Jesús llama la atención sobre su gesto: todos los
demás dan de lo que les sobra, pero, esa pobre viuda ha dado más que ellos
porque ha dado pensando más en la gloria del Señor que en ella misma.
La mayoría de
los cristianos se han olvidado de esta parte fundamental de nuestra vida de fe:
le dan a Dios las migajas. Siempre hay cosas “más importantes” (¿!) y dejan a
Dios de lado: no hay tiempo para rezar, no hay tiempo para ir a Misa, no hay
tiempo para hacer apostolado, no hay tiempo para hacer un servicio a los demás.
Hay dinero para fiestas, para comilonas, para gastarlo en diversiones, pero
para Dios y para la Iglesia solo hay el vuelto del café, o las monedas que
quedan en el bolsillo.
El discípulo de
Cristo —tú y yo— debemos tener claro que Jesús es lo primero y lo principal. A
Él no le podemos dejar el “sobrao”, sino darle la importancia que Él se merece.
Mi familia siempre me enseño que orar para que me extrañe se requiere tener mucha paz interior y el corazón con mucho amor hacia Dios.
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