Jesús vendrá al final de los tiempos
Este año dedicado a la renovación de nuestra fe es una ocasión propicia
para que profundicemos en el contenido de lo que creemos. Uno de esos
contenidos es la segunda venida de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Forma parte de la
enseñanza de los Apóstoles el que, al final de los tiempos, Nuestro Señor
Jesucristo vendrá por segunda vez a instaurar de manera definitiva su Reinado.
El mismo Señor lo anunció y así lo leemos en los Evangelios. La segunda venida
de Cristo Jesús está en el credo, en la profesión de nuestra fe que hacemos
cada domingo: “subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; desde allí ha
de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.
La narración de la
segunda venida está hecha en el lenguaje propio de los judíos quienes usaban
imágenes exageradas para anunciar algo importante.
Hoy diríamos que está hecho
en términos apocalípticos: el Evangelio de nuestra Misa de hoy es un ejemplo de
ello. El Señor habla de una conmoción cósmica universal que anunciará la
presencia inmediata de Jesucristo Rey.
Hoy, muchas
personas, presas de una ansiedad exagerada, sienten miedo cuando leen estos
pasajes. Y no debe ser así: se trata de la instauración definitiva del reinado
de Jesús. Tener miedo es propio de las personas que no tienen fe o su fe no es
firme como una roca. Temen porque tienen el corazón vacío, se asustan porque no
han puesto su esperanza en la vida eterna con Jesús. Tienen su corazón apegado
a lo material y, claro, la segunda venida del Señor supone el fin del mundo tal
cual lo conocemos. Y se asustan: su corazón no está en Jesús.
Hoy también se han
multiplicado las personas que pregonan el fin inminente del mundo. Y sacan
provecho de eso. Los cristianos tenemos la certeza de que nadie sabe cuándo
será el fin puesto de Cristo Jesús así lo ha dicho: “Nadie conoce el día ni
la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”.
No
debemos dejar que nuestro corazón pierda la paz. No sabemos cuándo será el fin.
Cuando éste ocurra, no hemos de pensar en catástrofes, sino en el encuentro
definitivo con Jesucristo, el Rey. Y eso es motivo de esperanza, no de miedo.
¡Que el Rey nos bendiga!
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