La vid y los sarmientos
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que
permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden
hacer.
La imagen de la vid no era extraña en Israel. En
múltiples ocasiones los profetas utilizaban esa imagen para referirse al pueblo
de Israel. Ahora, Jesús la usa para referirse a algo más profundo: de la misma
manera que la vid da vida a todas las ramas y hace que éstas den el fruto (los racimos de uvas) así Jesús actúa en
nuestra vida para dar frutos de buenas obras.
El modo en que Jesús actúa en nosotros es complejo,
pero lo descubrimos en la Sagrada Escritura.
En primer término, su enseñanza es
luz que guía nuestros pasos (inclusive para quien no tiene fe). En segundo
término, el amor de Cristo Jesús. Ciertamente, hoy es muy difícil entender qué
cosa es el amor porque se ha desvirtuado (amor hoy es prácticamente cualquier
cosa menos lo que esencialmente es). Para entendernos: amor es la decisión de
buscar el bien de la persona amada. Fundamentalmente, Jesús ha decidido
firmemente buscar nuestro bien y por eso nos ha librado de la antigua deuda del
pecado original con su muerte y resurrección, nos ha conseguido la posibilidad
de ir al Cielo (a la felicidad eterna), nos ha dejado su gracia que no es otra
cosa que su misma vida, y nos ha dejado los sacramentos para hacerla crecer y
recuperarla cuando se haya perdido.
Permanecer en Jesús no es muy difícil basta corresponder
al amor de Cristo. ¿Cómo corresponder al amor de Jesús? Lo escuchamos en la
segunda lectura de la Misa de hoy (1Jn 3,18-24): “Puesto que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le
agrada, ciertamente obtendremos de él todo lo que le pidamos. Ahora bien, éste
es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos
amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio. Quien cumple sus
mandamientos permanece en Dios y Dios en él”.
Si Jesús no es una persona importante en mi vida, no
podré dar frutos de buenas obras. Sin duda podré hacer algo bueno, pero no algo
que me permita ganar la vida eterna. Es por eso que debemos llevar a Jesús en
la mente, en el corazón y en la vida. Si no tenemos trato con Él en la oración,
en los sacramentos y en la lectura de la Palabra, no sabremos como cumplir sus
mandamientos. Y difícilmente podremos amarlo de verdad y con las obras.
Todo lo podemos con Él y en Él. Sin Él nada podemos.
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