La Alegría del cristiano
Una de las
notas que adorna las lecturas de la Santa Misa de este domingo es la alegría. Y
vale la pena que nos detengamos a reflexionar sobre ello.
Ya habrás
escuchado que este tiempo de adviento se caracteriza por hacer un profundo
examen de conciencia para identificar qué cosas en nuestra vida impiden una
presencia más fuerte de Jesús en nuestras vidas: sentimientos, prejuicios,
hábitos, desidias, odio, etc. Una vez descubierto el obstáculo, entonces, habrá
de proceder a su remoción para que Cristo nazca en nuestras vidas una vez más.
Ahora bien, el
hacer un examen de conciencia puede suponer un duro golpe para la soberbia
personal: descubrir que no somos perfectos o que no hemos venido actuando
correctamente no es fácilmente digerible. No obstante Jesús nos invita a que
estemos alegres por varios motivos:
a) porque me revistió con vestiduras de
salvación y me cubrió con un manto de justicia (Is 61, 10).
La historia de cada quien es única, pero tenemos algo en común: Jesús nos ha
redimido y la amistad con Él (la gracia) da un valor eterno a nuestras
acciones. Caminar en santidad, que no es otra cosa que cumplir la Voluntad del
Señor en las diversas circunstancias de la vida, es un motivo de alegría porque
nos unimos a Jesús y caminamos hacia el bien.
b) porque puso los ojos en la humildad de su
esclava (Lc 1, 47). Ésta es una frase pronunciada por María en su encuentro
con su pariente Isabel. María siente en su vida los beneficios que Dios le ha
concedido y por ello siente una alegría particular. De la misma manera, cada
quien debe no solo ver los defectos, sino también las bondades del Señor que se
han manifestado en nuestra vida. El Señor, aún cuando no nos percatemos, ha
estado grande con nosotros y por eso debemos estar alegres (Sal 126, 3)
c) pues esto es lo que Dios quiere de ustedes
en Cristo Jesús (1Tes 5, 8). Ya escuchamos a San Pablo en la segunda
lectura de la Misa. Estar alegres es lo que quiere Dios, es su Voluntad. El
discípulo de Cristo –tú y yo– debe sentir esa alegría especial y distinta de
cualquier otra alegría. No es la alegría del que recibe un regalo (porque ésa
es pasajera) sino la alegría de tener el mayor bien con nosotros que es Jesús
mismo. Esa alegría no está reñida con las tristezas de la vida, al contrario,
nos ayudará a superarlas. Porque todo lo podemos en Cristo Jesús que nos da
fuerzas (Fil 4, 13)
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